lunes, 24 de junio de 2019

República Caribe



Introducción




Desde siempre hemos fantaseado con la posibilidad de una nación caribe, hemos soñado una nación propia que glorifique nuestra esencia, la manera como llevamos nuestras vidas, la forma como expresamos el amor, nuestras tradiciones ancestrales, el rigor que le imponemos a la lengua de Cervantes, las vastas manifestaciones culturales y todos los valores de nuestra raza, pero en la mayoría de las ocasiones lo hacemos de manera informal y casi siempre en forma de broma.

Los grandes horizontes nos han hecho abiertos y receptivos, nuestra propia raza es una amalgama de sangre diversa, hemos caminado hombro a hombro con nuestros vecinos y con visitantes de todas las latitudes. Particular deferencia tenemos con nuestros hermanos andinos, con quienes hemos caminado durante varios siglos, atravesado momentos históricos difíciles y a quienes hemos recibido siempre con agrado y comprensión, sin reclamar para nosotros lo que por naturaleza se nos ha dado.  Pero ha llegado la hora de abordar el tema de manera más objetiva y consiente, dado que nuestra realidad social y los cambios del mundo contemporáneo así lo exigen.

El propósito de este trabajo no es plantear verdades absolutas, sino, por el contrario, abrir un debate alrededor del tema. Sin embargo, una verdad simple e irrefutable, documentada en las estadísticas oficiales, es que la Región Caribe es la zona más pobre y atrasada de Colombia. Esta realidad cobra significado en el sufrimiento de millones de seres humanos, en la oportunidad perdida de varias generaciones y, en general, en la falta de una vida digna para la mayoría de los habitantes de este territorio.

La teoría que defendemos es que el enorme atraso de la región es debido al tipo de instituciones políticas que tenemos y a la supeditación de un centro de desarrollo alejado de nuestro centro gravitatorio. Que el desarrollo de Colombia ha sido desigual, en detrimento de las regiones más distantes de Bogotá y dentro de este orden la costa caribe ha sacado la peor parte. Que este orden de cosas es una herencia colonial y que no tiene justificación a la luz de las ciencias políticas y sociales actuales. Que mientras se mantenga este orden de cosas no habrá posibilidades de allanar las diferencias entre el centro y la periferia. Que si la costa caribe emprendiera una vida nacional independiente, con nuevas reglas de juego, podría lograr mejores niveles de desarrollo humano.

Pero, ¿es realmente posible y pertinente pensar en una nación caribe? ¿Tiene algún asidero histórico, social, político, económico o filosófico? ¿No es una trampa de la historia para avivar la crónica violencia nuestra? ¿Es otra causa nacionalista solo para satisfacer egos y beneficiar a unos pocos? ¿O tal vez sea una salida elegante y oportuna a muchos de nuestros problemas? En los siguientes párrafos trataremos de dar respuesta a estos interrogantes.

jueves, 21 de marzo de 2019

Situación actual de la costa caribe: atraso y pobreza


Situación actual de la costa caribe: atraso y pobreza


La Región Caribe, pudiendo ser una nación fuerte y próspera, es la zona más pobre y atrasada de Colombia. Es una verdad simple, certera e irrefutable.


Aunque su pobreza es de naturaleza centenaria, su rezago frente a otras regiones del país surge a partir del siglo XX, como lo ha documentado Adolfo Meisel Roca en su ya clásico trabajo ¿Por qué perdió la costa Caribe el siglo XX?2. Con base en el ingreso per cápita, infraestructura de comunicaciones, educación y otros indicadores sociales y económicos, este trabajo documenta, de forma palmaria, el dramático fracaso del Caribe colombiano.

Es así como la región ha sido sorprendida por el siglo XXI en la miseria y en la pobreza absoluta, con un inadmisible índice de analfabetismo, con altas tasas de desempleo, con discriminación racial y de género, sin un adecuado sistema de salud, sin infraestructura y sin capacidad política. Su producto interno bruto (PIB) per cápita está muy por debajo del promedio nacional, dando lugar a una inaceptable asimetría. La brecha, en los casos más graves, ha sido calificada por Meisel Roca como abismal. Este investigador, que se ha dado a la tarea de comparar el PIB per cápita entre Sucre y Cundinamarca, ha encontrado la misma diferencia que existe entre Suiza y Colombia.

El estudio de Meisel Roca se publicó hace trece años en El rezago de la costa caribe colombiana3, un trabajo que compiló la opinión de los más excelsos pensadores nacionales y caribes del momento. «Difícil es encontrar reunidos en un esfuerzo conjunto a tantos especialistas sobre el tema del atraso de la Costa» dijo al respecto Gustavo Bell Lemus. La obra ahonda acerca de la deprimida situación de la región caribe desde varios puntos de vista, incluyendo el económico, el social, el cultural y el político.

En este trabajo colectivo, que es una especie de radiografía de la situación de hace unos 12 a 15 años, se documenta, de forma meridiana, que la región caribe es diferente al resto de Colombia, en donde diferente significa menos, denota  inferioridad, en el que el PIB per cápita en 1995 era solo el 55% del promedio nacional, que el 36.5 de la población era pobre, con un 25.6% de indigencia, en contra de un 23.6 y 20.5 nacional, respectivamente. El analfabetismo era mayor al nacional y que la inversión con recursos nacionales era solo del 16%, pese a que el total de su población representaba al 21% del total.

Juan Luis Londoño, entonces director de la revista Dinero, afirmaba, en uno de sus ensayos, que «la costa es muy pobre en capital físico y humano», que en materia de educación tenemos «50 años de rezago, no solo en la educación básica, sino en educación superior». Se pregunta, pasmado ¿cómo es que nuestra red de transporte, teniendo las ventajas de la geografía caribe, sea inferior a la andina, pese a sus quebradas montañas?

Los autores tienen el cuidado de hacer la salvedad de que esta situación no es coyuntural, sino que, por el contrario, resaltan su naturaleza crónica: «La Costa Caribe colombiana se ha convertido en la región económica y socialmente más rezagada del país, como resultado de un proceso que se gestó a lo largo de muchas décadas».
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La situación de atraso y pobreza de la Región Caribe es tan vieja como la región y en vez de mostrar signos de mejoría cada día empeora. En editorial reciente El Heraldo señalaba «…un siglo de atraso progresivo hasta que llegamos a un nivel en que el ingreso per cápita regional es apenas del 75% del promedio nacional».  Y hacía el futuro se prevé mayor marginalidad y profundización de la brecha entre Bogotá y la región caribe como lo señala Meisel Roca en un reciente artículo publicado en El Espectador:

“…Algunos analistas consideran que la coyuntura política actual tiene mucho movimiento de péndulo. Eso parece innegable. Sin embargo, no toda la reorientación de la política nacional se le puede atribuir a este fenómeno de carácter cíclico. Es necesario ver que aquí hay una corriente profunda, estructural, tanto de la geografía económica nacional como de su configuración política. Para donde todo apunta es a que Bogotá, 2.640 metros sobre el nivel del mar y a más de 900 kilómetros de los puertos de la Costa Caribe, será en el siglo XXI el centro hegemónico de la vida nacional y el territorio de la inmensa periferia seguirá sin orden y sin progreso, si seguimos como vamos…”

En síntesis, podemos decir la región Caribe se constituye en la actualidad en la región más pobre de Colombia, que este empobrecimiento relativo respecto a otras regiones ha sido una constante durante toda la historia, que durante el siglo XX  se profundizó y que hacía el futuro se espera que la situación empeore (si no se hace algo al respecto).

Causas del atraso y la pobreza de la Región Caribe


La región Caribe no solo es la más pobre de Colombia sino la menos estudiada. La mayoría de los estudios económicos, sociológicos, políticos e históricos centran su atención en la región andina, lo cual es perfectamente comprensible dado que este país es gobernado e interpretado por andinos. Reflejo de ello es la tendencia de los llamados colombianistas, historiadores nacionales y extranjeros como David Bushnell, Hans-Joaquim Köning, Margarita Garrido, Frank Safford, Jaime Jaramillo Uribe, Víctor Ubibe-Urán, Rebeca Earle, como la señalado Aline Helg, «a centrarse en la Colombia andina y no tanto en la caribeña».

No obstante, la razón central de la falta de estudios específicos enfocados a la problemática caribe es debido al proceso de invisibilidad que la región ha sido sometida durante gran parte de su historia y, cuando se le reconoce, es dentro del marco de la otredad, en donde el ser caribe se constituye en el otro, una «cualidad ontológica inferior a quien enuncia la otredad»1.

Este «olvido» se constituye en causa de atraso en sí misma pues tiene profundas implicaciones sobre las decisiones que afectan sus destinos. Es así como se implementen políticas erradas, pues no tienen asidero en estudios técnicos ni científicos, en el mejor de los escenarios se extrapolan y se implantan decisiones exógenas. Un ejemplo histórico-geográfico revelador es la expedición científica más importante del siglo XIX, la Comisión Corográfica (1850-1859) liderada por Agustín Codazzi, que no incluyó en sus estudió a la región norte del país, una falencia de invaluables consecuencias.


Invisibilidad

La región Caribe, conformada por 8 divisiones político-administrativas denominadas departamentos, un territorio de 132.288 kilómetros cuadrados y una población de 9.7 millones de personas -que representa el 21.4% de la población de Colombia-, está cruzada por un encuentro racial particular y por unos rasgos culturales vernáculos singulares. Entre los múltiples elementos que concurren en la construcción de su cultura destaca la presencia afrocaribeña, dada la alta densidad de población negra. No obstante, la dimensión caribe de Colombia, y la dimensión afrocaribeña en particular, han sido silenciadas durante doscientos años de discurso andino.

Este discurso, que tiene sus orígenes en los prejuicios raciales de los criollos que ostentaban el poder y que odiaban nuestra composición racial, intentaba blanquear la población y borrar los rasgos culturales caribes en aras de una Colombia mestiza de origen europeo. Es en este prejuicio racial en donde se encuentran «los orígenes históricos del silencio que Colombia ha mantenido sobre su dimensión afro-caribeña». Como lo ha demostrado Wade, en la visión andina de la raza, el mestizaje significa blanqueamiento progresivo mediante la mezcla de blancos e indios, en donde el componente afrocaribeño es menospreciado y el racismo contra los negros pobres es exacerbado.

Durante los dos siglos republicanos, la nación Caribe y su negritud han sido invisibilizadas y sojuzgadas, sin que en la actualidad haya signos de mejoría. Al respecto afirma Helg: «La invisibilidad de los negros colombianos contrasta marcadamente con el hecho de que Colombia cuenta hoy con la tercera población más grande de origen africano en el hemisferio occidental, después de Brasil y Estados Unidos»

Esta historiadora ha resaltado, como ningún otro, el elemento étnico en la historia de la región Caribe, subrayando la marginalidad y a su vez la invisibilidad de los afrocaribeños, que es una subcategoría aún más profunda dentro de la invisibilidad Caribe en general. Desde esta perspectiva étnica, Helg explica por qué fracasaron las clases alta para construir una entidad caribeña fuerte. El asunto es que, contrario a lo ocurrido en otras zonas del Caribe, no hubo un contundente lineado fronterizo entre las razas y las culturas en donde fracasó el sistema de plantaciones. Según la tesis de Silvio Torres Saillant, en donde no se desarrolló el sistema de plantación no fue posible el establecimiento de la oposición radical blanco-negro, posibilitando la conformación de un «espacio intermedio (mulato o mestizo) que ha adquirido autonomía ontológica».

La identidad caribe colombiana solo cobra cierta conciencia hasta finales del siglo XX cuando, desde dentro, se inicia un proceso de autoreconocimiento. «De hecho, apunta Helg, la Colombia caribeña, con su población afrodescendiente, poco se conocía fuera del país hasta la publicación en 1967 de la novela Cien años de soledad, del Premio Nóbel de literatura Gabriel García Márquez». Este revelador hecho reafirma la idea de que solo desde dentro las regiones pueden encontrar soluciones a su problemática, que no deben sentar a esperar otros dos siglos a que el gobierno central se acuerde de ellas. 

La constitución de 1991, proclamada a los cuatro vientos como de avanzada y progresista, sigue dejando a la región Caribe por fuera de la percepción que Colombia tiene de sí misma. Al respecto Helg ha dicho que «…la nueva carta política no cuestiona la imagen de Colombia como una nación patriarcal mestiza (de ascendencia europea e india). Tampoco rompe el silencio que las élites colombianas han mantenido desde comienzos del siglo XIX sobre la contribución sustancial de la población de ascendencia africana a la formación de la nación, excepto en el Artículo Transitorio 55».

Esta invisibilidad, en un contexto más general, ha sido compartida por toda la comunidad caribe de naciones, cuya identidad como región también ha estado invisibilizada por la comunidad internacional e incluso por América Latina. Al respecto Lulú Giménez afirma:

Por fin, la Región Caribeña no emerge de modo definitivo sino hasta la década de los sesenta del siglo XX, cuando comienza a evidenciarse la necesidad de darle al Caribe un tratamiento especial, debido al impulso del movimiento descolonizador emprendido a escala mundial…
En esta medida, el Caribe como región fue adquiriendo personalidad propia, porque se fueron haciendo evidentes las particularidades de estos países y sus diferencias con otros del continente, específicamente con respecto a los latinoamericanos; hasta entonces el área del Caribe había sido invisibilizada en el conjunto más amplio de América Latina.

Otredad


Bogotá y la Colombia andina son conscientes de sus regiones, de sus diferentes rasgos y características, de tal forma que se resalta la personalidad llanera, opita o paisa, pero cuando miran hacía la extensa planicie del norte solo se percibe a los otros, los costeños, en una mirada homogeneizadora que no distingue diferencias en un territorio mayor a la superficie de Cuba o de cualquier país centroamericano. Esta percepción, enmarcada dentro del concepto de otredad, impide la comprensión real del ente caribe.

Si bien esta mirada está bastante extendida entre las personas del común, lo verdaderamente preocupante es que la academia, la intelectualidad y la clase política andina también perciben al caribe desde este ángulo,  lo cual no solo es una visión falseada e irritante, sino que tiene profundas implicaciones en los destinos de estas tierras. Pese a que el concepto de otredad ha escapado de la academia y hecho camino propio, llegando incluso a ser objeto de discusiones en programas televisivos, algunos de los cuales están disponibles en YouTube, es conveniente anclar algunos punto.

Los orígenes de su enunciación se pierden en un laberinto de célebres autores, Octavio Paz, por ejemplo, apela a Antonio Machado y Edward Said convoca a Paz, a Foucault y a Gramsci. En esencia, es la mirada asimétrica de quien ostenta mayor poder, en la que se ve a sí mismo como patrón de normalidad e inferior al otro.

Es solo un prejuicio, como tantos otros, pero que ha adquirido relevancia en las relaciones intercomunitarias e internacionales dado que tiene un lado práctico: no solo evita el trabajo de entender al otro sino que también sirve para controlarlo y manipularlo. En términos geopolíticos, esto significa que una región de por sí atrasada, requiere orientación y tutela externa para modernizarse.

En los procesos coloniales y neocoloniales mundiales ha sido el marco para el desarrollo de las relaciones entre la metrópoli y la colonia, con mayor énfasis en África. Es así como, por ejemplo, en el idioma Igbo, de una tribu asentada principalmente en Nigeria, existe una palabra que lo expresa: «nkali», que significa «más grande que el otro». Según este principio es imposible que surjan sentimientos más complejos que la lástima y la condescendencia, pues no es posible establecer una conexión entre iguales, en donde el pequeño es incapaz de hablar por sí mismo, esperando a ser salvados por un blanco gentil.


Orígenes del concepto otredad

Está bastante extendido en la cultura occidental y tal vez tenga su origen, aunque parezca paradójico, por ser la cuna del pensamiento, en la antigua Grecia. Se ha señalado a Ferécretes y a Hipócrates como los creadores de la mitología del otro, aunque puede ser difícil de establecerlo con exactitud. Lo cierto es que en la mitología griega existían elementos salvajes o extraños, que «solían atribuirse a otros pueblos»2.

Sobre su origen y su papel en occidente, Roger Bartra nos trae El mito del salvaje2, una estupenda obra en donde hace un profundo y elegante recorrido histórico sobre este mito. Para comenzar a despejar dudas debemos resaltar la diferencia que Bartra hace entre bárbaros y salvajes, en donde los primero son simples seres iletrados, sin acceso a la paideia, al logos, a la razón, mientras que los segundos, los otros, son seres verdaderamente míticos, a quienes se le atribuyen cualidades sobrenaturales y quienes son el objeto de esta discusión.

El ejemplo que Bartra menciona son los caballos antropófagos de Diomedes en la Ilíada, que devoraron a la hija de un noble ateniense. Aunque en la actualidad se utilizan concentrados de origen animal para alimentar al ganado vacuno, no existe ninguna razón para creer que los caballos, animales herbívoros, por iniciativa propia lleguen a comer carne.

Este ejemplo sirve para confirmar, una vez más, que Grecia educó a Occidente, por lo menos. Por esta vía también se colaron los mitos y los salvajes, que llegaron a poblar toda Europa. «El hombre llamado civilizado no ha dado un solo paso sin ir acompañado de su sombra, el salvaje» dice Bartra, y agrega: «Es un hecho ampliamente reconocido que la identidad del civilizado ha estado siempre flanqueada por la imagen del Otro».

Esta idea es crucial para entender la mirada de los europeos al encuentro con nuestros pueblos y para entender, en definitiva, la mirada prejuiciosa occidental. Bartra revoluciona este encuentro al demostrar que la idea del hombre salvaje existía desde mucho antes de la expansión colonial europea, que el hombre salvaje es una invención que obedece a la naturaleza interna de la cultura occidental, que el salvaje en un hombre europeo y que el concepto de salvajismo aplicado a los pueblos no europeos fue una simple transcripción de su mito. Al respecto dice:

«Mi primera impresión, al observar a los salvajes europeos que llegaron a América, fue que esos rudos conquistadores habían traído su propio salvaje para evitar que su ego se disolviera en la extraordinaria otredad que estaban descubriendo. Parecía como si los europeos tuviesen que templar las cuerdas de su identidad al recordar que el Otro –su alter ego- siempre ha existido, y con ello evitar caer en el remolino de la auténtica otredad que los rodeaba»

Este mito del salvaje, que da origen a la otredad, se extiende desde la antigüedad hasta nuestros días y explica algunas actitudes. «Si examinamos con cuidado el tema –continua Bartra-, descubrimos un hilo mítico que atraviesa milenios y que se entreteje con los grandes problemas de la cultura occidental».

Es claro que el mito tiene su origen en la mítica bestia peluda, pero desde sus orígenes tiene aspectos prácticos, es así como Hipócrates «asigna a los habitantes de Europa un carácter “salvaje, insociable y colérico” debido al clima rudo y poco propicio para la agricultura; en cambio, los pueblos de Asia son “pusilánimes, sin ánimo, menos belicosos” y de un natural “más suave y de un espíritu más penetrante”».

Es de hacer notar que Bartra amplia el radio de influencia del mito más allá de los límites de Europa pues son reproducidos por los Europeos en otras latitudes. La historia con la que inicia la obra es la paradójica representación de un bosque romano encantado que hacen los españoles en plena plaza de la gran Tenochtitlán.

En América del Norte, por cierto, se confirma que la mirada europea de otredad no solo es para atisbar a los no europeo, pues los estereotipos creados desde el siglo XIX acerca de España está enmarcado en esta mirada: «no tenía espíritu de empresa, era flojos, obedecía ciegamente a sus sacerdotes, perdía su tiempo en sangrientos espectáculos taurinos; su música podía ser agradable pero no aportaba nada al bienestar del país, o el propio; no respetaba el horario, no hacía planes con anticipación. En fin, se iba a la tumba sin haber logrado ni dejado nada»2

La elite e intelectualidad andina de la Nueva Granada consideraba al «ser» andino el prototipo de la nación colombiana, moral e intelectualmente superior, mientras que los habitantes de la región caribe representan al «otro», salvajes e indisciplinados, sin progreso alguno y sin posibilidades de obtenerlo. Caldas, cuya afición por las ciencias llevó a muchos a creer que era un sabio, estaba convencido de la inferioridad racial de los nativos costeños, por ser originarios de climas ardientes.

Esta identidad impuesta, que viene signada por la otredad, no puede sino falsear y trivializar la realidad caribe. La identidad implantada nos describe como pardos, perezosos, sin espíritu de empresa, irresponsables, con música que podría ser agradable pero inculta, no respetaban el horario, no hacen planes con anticipación, alegres, fiesteros, tomadores de ron, promiscuos y ruidosos.

La dicotomía perdura en los tiempos y en vez de atenuarse con la modernidad se potencia, pues como dijera Lulú Giménez, el conocimiento no basta para desentrañar mitos y desterrar de las mentalidades concepciones erróneas. En este contexto es que tienen sentido las reclamaciones que el cartagenero Nieto hace a Santander acerca de las dificultades entre las diferencias entre lo Caribe y los Andino, en donde lo andino, por su condición ontológica superior heredado de la visión europea, saca provecho de esta diferencia. Pero a la vez que le saca provecho niega la diferencia, la invisibiliza. Con razón Nieto reclamaba que «ninguno podrá negar la oposición de intereses que hay entre las provincias de las Costa y el centro». Juan José Nieto, continuador del pensamiento caribe, promovía discusiones nacionales acerca de las diferencias caribes y andinas.

Dentro de esta mirada se nos ha valorado siempre, que se ha hecho, bien sea desde las diferencias étnicas, como culturales. Un ejemplo de esa época es el Diario de Cundinamarca que ridiculizaba cierto movimiento político caribe de 1875 con la expresión «merienda de negros».

La historiadora Helg ha encontrado que «…los colombianos andinos han mostrado una inclinación a clasificar racialmente la imagen de sus conciudadanos caribeños, a quienes comúnmente han descrito como mulatos o pardos. Hasta la década del setenta del siglo XX, los autores y escritores andinos de textos escolares atribuían a menudo a los costeños las características psicosociales contradictorias impuestas a los mulatos por el racismo pseudocientífico: perezosos pero a la vez activos, intrépidos pero irresponsables, amantes de la diversión, promiscuos y ruidosos».1

Es así como esta imagen persiste hasta la actualidad anclada en el imaginario popular del país andino y que ocasionalmente toma forma pública en alguna publicación, recordemos las opiniones de Fabio Londoño Cárdenas acerca del porro publicadas en la revista Semana en 1947, que negándole su naturaleza musical lo describía como manifestación de «salvajismo y brutalidad de los costeños y caribes, pueblos salvajes y estancados».

Recientemente la revista Semana publicó una edición especial sobre el caribe, en donde se hace un recuento de sus logras y se resaltan sus valores con un sugestivo subtítulo: «La magia y la pujanza de una región que se reinventa». A través de más de 300 páginas de hace un minucioso recuento de los logros de la región, no obstante el editorial impone desde la primera página su percepción prejuiciosa: «Lentamente, los Caribes se fueron aislando a 40 grados a la sombra, por culpa de una clase dirigente que cayó en la tentación del dinero fácil y el canto de sirena de la corrupción».

Es Colombia es ley universal, a la par de la ley de la gravedad u otras leyes de la física, que el costeño y la costa en general, somos corruptos, en comparación a otras regiones que no lo son o lo son menos. Tal vez sea cierto, la corrupción se nutre del atraso y la pobreza, pero no existen estudios formales que lo demuestren, por tanto esta afirmación está basada solo en prejuicios y supuestos. Hace poco, por ejemplo, el vicecontralor general de la nación, Alvaro Navas dijo a la presa que «esas cifras nunca han sido concluyentes, no hay una metodología clara que permita establecer de forma precisa las cifras de la corrupción en Colombia». El gobierno de Bogotá apenas está considerando crear un organismo que estudie el fenómeno, como lo anunció hace poco el secretario de anticorrupción y por la transparencia Carlos Fernando Gaitán: «Colombia va a tener un observatorio de corrupción»). Entre tanto, los costeños hace mucho que hemos sido graduados, y con honores, de corruptos.

La corrupción, por cierto, no es una característica caribe, tal vez lo sea de las sociedades pobres y culturalmente rezagadas. El porcentaje de políticos y dirigentes corruptos se mantiene constante en todas las sociedades, pero solo el aval de la población permite que lleguen al poder. Dicho de otro modo,  entre mayor sea el voto de opinión, menor será la posibilidad de que logren acceder a cargos de dirección.

Este discurso andino cumple también una función entre los habitantes caribes, los cuales han sido permeados desde siempre, como profilaxis separatista al convencerlos de su otredad, su inferioridad. Incluso la intelectualidad, en ocasiones, también ha sido permeada. Es así como grandes pensadores como José Ignacio de Pombo, cartagenero, estaba tan convencido de la inferioridad caribe propuesta por Caldas, que se sentía avergonzado de vivir en medio de la barbarie pudiendo hacerlo en la civilización. Deseaba una reforma que permitiera el ingreso masivo de inmigrantes nórdicos para borrar la amenazante presencia de negros y mulatos.

Núñez, el único presidente caribe de toda la historia colombiana, también estaba permeado por la ideología andina, de tal suerte que no solo afianzó la centralización del poder en Bogotá sino que también estaba convencido de la inferioridad racial caribe y también era partidario de la inmigración blanca. El sacerdote cartagenero Pedro María Revollo encontraba que el acento que rige al español costeño tenía su origen en Andalucía, ignorando los aportes africanas e indígenas.

Primeros pasos caribes


Solo hasta finales del siglo XX, cuando comienza a expresarse un incipiente movimiento académico e intelectual caribe, se inician estudios y reuniones académicas formales, lo cual valida la tesis, otra vez, de que los problemas solo son solucionados desde dentro de la comunidad.

Como punto de partida se puede tomar al Primer Foro de la Costa realizado en Santa Marta a principios de la década de 1980, en donde se hace un balance técnico del estancamiento económico relativo de la región y en donde, providencialmente, se señala como causa al modelo de desarrollo adoptado por Colombia desde la postguerra.

A modo de crítica debemos reconocer que los participantes de dicho foro de alguna forma le estaban pegando al clavo, dado que señalaban a las reglas del juego como causante del atraso de nuestra región, lo cual es una tesis validada por los investigadores modernos, asunto al que volveremos más adelante. Hay que resaltar que este modelo –industrialización por sustitución de importación-, no fue adoptado por la región Caribe, sino por Bogotá.

Veinte años después se realiza en Cartagena el Primer Simposio sobre la Economía de la Costa Caribe: hacía la convergencia, de donde surge El rezago de la costa caribe colombiana, obra que hemos venido citando. Este trabajo reúne a una gran cantidad de pensadores caribes y, por tanto, a una gran diversidad de opiniones. Destaca a lo lejos ¿Por qué perdió la costa caribe el siglo XX? de Meisel Roca, trabajo que propone la novedosa tesis, ahora asumida por toda la comunidad académica, de que el rezago de la costa Caribe se gestó en los inicios del siglo XX. Desde su perspectiva de historiador económico, presenta una serie de factores que explican la ruina de la costa caribe durante el siglo XX, adelantándose a aclarar que no constituyen la totalidad de los determinantes.

Las causas propuesta por Meisel Roca son el fracaso del sector exportador, la especialización en la exportación de ganado hacia otras regiones del país, la redefinición en las redes de transporte nacional, una elevada tasa de crecimiento de la población y el círculo vicioso creado por el rezago económico.

Entre esta causas vale la pena subrayar la llamada enfermedad Holandesa, la cual supone un gran auge exportador de cierto sector primario de la economía en detrimento del resto de los renglones, debido a la baja del precio de las divisas externas. Desde mediados de la primera mitad del siglo veinte la prospera actividad exportadora de café derivó en profundas consecuencias macroeconómicas, dejando sin piso competitivo a nivel mundial al productor caribe, debido a la revaluación de la moneda extranjera. La ponderación de la economía cafetera tenía explicación en el poder central y, la prosperidad exportadora, a su vez, concedía mayor peso económico al centro.

Otras causas mencionadas en este trabajo son la composición racial de la región caribe, integrada en un gran porcentaje por población tradicionalmente discriminada como la afro descendiente y la indígena, lo cual no solo tiene implicaciones éticas, políticas y sociales, sino también en la estructura de la propiedad. A las causa principales se van agregando, de acuerdo a los efectos de un círculo vicioso, otras de carácter secundario e incluso aleatorio, que van magnificando la brecha inicial, en un proceso de causación acumulativa circular. Entre estas causas secundarias Meisel ha documentado la redefinición de las redes de transporte nacionales entre los años 1920 y 1939, el mayor crecimiento demográfico de la costa caribe respecto a la región andina, al círculo vicioso creado por el rezago económico y la consecuente pérdida de influencia política.

Otra causa, más o menos enunciada, es la uniforme mediocridad de las clases políticas, tanto andinas como caribes, que han ejercido una autoridad superior a su capacidad. Los clases dirigentes de la región Caribe no ha podido superar los regionalismos ni al provincianismo para conformar un ente político administrativo fuerte, lo cual permitió que la dirigencia andina construyera la nación colombiana como andina y blanca, en franco menoscabo de lo Caribe.

Si bien las causas enunciadas por Meisel Roca proceden de un sesudo trabajo y son perfectamente ciertas y comprobables, bien se les puede reprochar su visión economicista y reduccionista, puesto que si cada una de ella puede representar a un árbol corpulento no logran darle forma a un bosque. En este caso el bosque viene a ser la política, el poder, las reglas del juego. Sin duda, las reglas del juego son el factor, junto al respeto a las leyes, determinantes en el éxito o fracaso de una región o una nación. La costa Caribe ha fracasado, luego entonces no hemos jugado con las reglas adecuadas.

En este caso todas las reglas del juego han sido impuestas desde fuera. Las decisiones en política de transporte, en las estrategias de integración a los mercados internacionales o en cualquier otro asunto las ha tomado Bogotá, y por tanto siempre estarán encaminadas a favorecer a la economía andina, pues la interpretación andina de la nación es la determinante, en donde la costa caribe es solo un territorio con ríos y carreteras para llegar a los puertos marítimos. Este es el quid de la cuestión, si nosotros no elaboramos nuestras propias políticas, con visión de nación caribe, pensando en nuestros propios intereses, nadie lo va a hacer por nosotros.

Por fortuna, existe una especie de consenso entre estos investigadores en contra de la hipótesis de una supuesta incapacidad innata de la región para lograr superar la pobreza. Es posible, desde luego, que la región sea inepta de forma intrínseca para dar más de sí, pero la conclusión es contraria y categórica: la costa caribe ha tenido «…una evolución económica muy inferior a su potencial…».

Lo  cultural


Hemos dejado para el final discutir una causa fundamental pero que se menciona de forma tangencial en la introducción de El rezago de la costa…, la cultura Caribe. Nos adelantamos a decir que este punto es un pilar central en la discusión general de este trabajo y en este proyecto político. Entre las causas de nuestro atraso estos autores aceptan como verdad la caricatura que la región Andina ha elaborado durante siglos acerca de nuestra identidad caribe: que somos étnica y culturalmente inferiores, pues admiten una supuesta inferioridad cultural nuestra, dado que somos portadores de «…unos rasgos culturales que a veces dificultan la construcción del progreso sostenido», resultando en un pueblo con muchas cualidades que desear como «el trabajo arduo, la previsión, la responsabilidad y el orden». Y lo más grave es que no ven posibilidades de modificación pues «cambiar esto no es fácil» [sic].

Admitir esta tesis es un monumental error pues, en primer lugar, si no creemos en nuestra gente no hay sustrato con que comenzar a trabajar, es descartar de antemano cualquier posibilidad de cambio, es imponerse la derrota antes de comenzar. En segundo lugar, es una concepción errónea que no tiene ningún asidero científico, que solo refleja, en últimas, la mirada del conquistador europeo, que ha persistido a través de los siglos y que ha sido adoptada por quienes han heredado el poder y ha sido impuesta como ideología y, por tanto, reflejada en la concepción del pueblo y de algunos de sus intelectuales.

Las tesis de que los factores cultuales y geográficos jueguen un papel determinante en el éxito o fracaso de una nación o región han sido despreciadas por los investigadores modernos. Acemoglu y Robinson4, destacados economistas norteamericanos, han descartado que estos factores jueguen a favor o en contra del éxito de una nación.

«Que las montañas, que la lejanía de la costa o que el clima determinan la prosperidad, o que los factores culturales hacen que haya pueblos más avanzados que otros». Nada más equivocado, pues según estos autores son las instituciones y las reglas del juego las que determinan que hayan naciones más prosperas que otras, que regiones más prosperas que otras. Es este sentido, las reglas de juego de la Nación Caribe son reglas impuestas desde una sociedad contario a la nuestra, que no nos interpreta y que nunca coincidirá con nuestros intereses como nación.

Para saber si los rasgos culturales son determinantes en el desarrollo de una región tendríamos que recurrir al método científico y someter a una determinada sociedad a un estudio a gran escala, en donde pondríamos a la mitad de una misma población bajo ciertas condiciones y a la otra mitad bajo otras y, al cabo de cierto tiempo haríamos las mediciones, pero este tipo de estudios tienes profundas implicaciones éticas y no son factibles en la realidad.

Pero en verdad no tenemos que hacerlos, solo tenemos que echar mano a un par de ejemplos mundiales para sacar las mismas conclusiones que nos daría este hipotético estudio. Tenemos el caso de Alemania, que nadie ignora su fama de cultura de «trabajo arduo», que fue dividida en dos durante unos 40 años, con resultados bastante disímiles. Si el aspecto cultural hubiese sido el determinante los resultados no tendrían que haber sido tan diferentes. Pero es un ejemplo que no deja de tener sus sesgos por lo que representa Alemania y Europa, por lo que nos trasladaremos a otra latitud, al tercer mundo y a una cultura totalmente diferente, la oriental.

Korea fue dividida en dos partes perfectamente iguales a través del paralelo 38, como si estuviesen pensando en nuestra necesidad de conocer nuestras dudas respecto al aspecto cultural, hace poco más de cincuenta años. Los resultados no pueden ser más reveladores, una Corea está en el primer mundo con ingresos per cápita elevados y la otra está en la Edad Media.

¿Entonces, porque falló la cultura en un lado y no en el otro? Con estos ejemplos bastarían para rebatir esta tesis pseudocientífica pero vamos a traer un tercero por ser de nuestra propia historia: Panamá y la Región Caribe. Panamá era otro departamento empobrecido de la costa caribe colombiana y en menos de un siglo ha logrado un inusitado desarrollo y alto nivel de vida, comparado con cualquier otro departamento del caribe colombiano. Pese a la apropiación estadounidense del canal, a regímenes castrenses y a problemas de narcotráfico, Panamá pasó de ser un pobre departamento de Colombia en el siglo XIX al país de mayor crecimiento económico de América Latina y el Caribe en 2011, con una tasa anual de 10.6%.

Tesis propuesta: aunque existen diversas causas que expliquen el atraso de la costa caribe, la fundamental son las inadecuadas reglas del juego. Que esta región tiene una identidad multidimensional propia -cultural, política, económica, etc.-, que requiere una interpretación independiente y soberana para buscar las adecuadas reglas del juego. Que mientras las reglas del juego sean impuestas de forma exógena desde una cultura diferente, que no interpreta a la nación caribe, sino que por el contrario la utiliza en su beneficio, no habrá posibilidad alguna de desarrollo.

República Caribe

Introducción Desde siempre hemos fantaseado con la posibilidad de una nación caribe, hemos soñado una nación propi...