domingo, 1 de mayo de 2016

Separación: la tercera vía


Opciones de desarrollo de la Nación Caribe 



1.             Mayor integración a Colombia.





Aunque Orlando Fals Borda1 considera superado el «peligro secesionista» porque «Colombia ya es un país unido y cayeron los principales obstáculos del aislamiento topográfico que dieron origen al sueño federal del pasado», plantearse mayor integración a Colombia connota, desde luego, una fractura entre el país andino y el caribe. Este pensador, no obstante, se inclina por una «autonomía contextual o integracionista», sacándole el cuerpo a la disyuntiva integración versus regionalización, para proponer un fórmula que combina las dos opciones. Es enfático en señalar su oposición a la secesión esgrimiendo una teoría de tipo holístico, en donde «Colombia no podría vivir sin los insumos de las regiones combinadas»  y las regiones sin la «unidad nacional».




El profesor Meisel Roca se inclina por mayor integración nacional, entre otras razones, porque «no contamos con una base fiscal sólida que permita embarcarse con buen éxito un proceso autonómico». Posada Carbó advierte en contra de la regionalización dos riesgo: ser marginados de la política económica nacional y alimentar aún más esa cultura de dependencia del Tesoro Nacional a través del clientelismo, tan arraigado en la región. Posada apuntala su posición señalando la falta de beneficios de la experiencia federalista del siglo XIX, que «no parece haber reportado mayores beneficios económicos a la Costa» y por tanto, concluye: «hay pocas evidencias para pensar que la autonomía vaya a reducir las disparidades de bienestar entre interior y la Costa». Es este mismo sentido concluye Meisel: la Costa debe proyectarse nacionalmente, antes de aislarse en un proceso autonómico.

La teoría falsiana y la del profesor Meisel ha sido rebatida por diferentes teóricos de la organización del estado moderno. Ohmae2, por ejemplo, ha demostrado que las formas de gobierno locales o regionales, por estar más cercanas al ciudadano, son más eficientes que el estado colosal. De hecho, como lo afirma el político caribe Eduardo Verano de la Rosa «En todos los países donde existen diferentes realidades regionales se está buscando redefinir el papel del estado central como parte de los procesos de modernización del manejo del gobierno».

Por otro lado, los teóricos han previsto que los peligros que representa la globalización deben ser enfrentados con un fenómeno político llamado localización. La localización es el creciente poder económico y político de las regiones que integran a un país, que en opinión de expertos, será una de las principales tendencias del siglo XXI.

Si revisamos la literatura, encontramos que en otras latitudes la problemática entre regional y país, ha sido reconocida y sometida a estudios, llegándose siempre a la conclusión de que las diferencias entre los centros desarrollados y los marginales tienden a aumentar con el tiempo. Geoffrey J.D. Hewings5, autoridad mundial en el tema ha dicho:

 "…Las políticas tradicionales de desarrollo regional aplicadas a regiones menos prósperas durante el presente decenio no han funcionado y no funcionarán. Aunque uno podría ser acusado de exagerado, el ámbito internacional está lleno de muchos fracasos de política regional que de éxitos. Las ideas, estrategias y políticas de los sesentas, setentas y ochentas no han logrado producir resultados que generen algún grado de optimismo sobre el futuro…”

Esta supuesta unidad está sustentada en el cambio «en materia de comunicaciones, transporte e integración de las regiones». Esta supuesta integración continua siendo desmentida por la cifras, en donde las diferencias ha sido ya discutidas arriba y, la razón principal por lo que estas desigualdades regionales no tienen dentro del marco actual solución, es por lo que se ha conocido como el efecto de la «filtración». Al respecto Hewings ha observado que «si las carreteras y los ferrocarriles conectan a una región menos desarrollada con el centro económico del país, los recursos de inversión fluirán hacia esa región ya que, con toda probabilidad, la región goza de una significativa ventaja en la forma de menores costos de factores (especialmente la mano de obra)».

2.             Regionalización

Pese a todo, la regionalización como una opción de desarrollo tiene adeptos, sin embargo lo dicen «sin apasionamientos», desde la frialdad aséptica y neutral que la academia exige, en donde se percibe un ánimo pusilánime al hablar de soluciones reales, evitando de antemano a cualquier proyecto que huela a secesionismo. Insisten en la tradición «reclamista», escenario paternalista y facilista, en donde nuestra única responsabilidad es extender la mano y criticar al gobierno central. Lo que proponen es una «…tarea de muchos años, probablemente de varias generaciones» [sic], mediante un proceso de educación.

Mediante este proceso longo nunca van a conseguir nada porque el planteamiento está mal hecho y las perspectivas son miopes, es por ello que de antemano anuncian la derrota: «A decir verdad, hoy por hoy, el trámite legal del proyecto de regionalización parecería no tener un futuro claro».

Pese a las mayoritarias opiniones en contra de la regionalización y los temores de una secesión, el 14 de marzo de 2011 se obtuvieron 2.5 millones de votos en favor de mayor autonomía lo cual marca una clara diferencia entre la academia y la ciudadanía.

Eduardo Verano de la Rosa ha sido uno de los líderes caribes que más le ha apostado a la regionalización, llegando a materializar un referendo el 14 de marzo de 2011 en favor de constitución de una región Caribe. Entre sus razones está el agotamiento del esquema Estado-nación, puesto que se ha convertido en un verdadero obstáculo para la creación de fuerzas de mercado, ejerciendo una presión negativa en contra del desarrollo regional. En contrapartida propone mayor autonomía y protagonismo de la región Caribe a partir del esquema Estado – Región, que supere nuestra condición de «ser un simple apéndice de la economía nacional o del triángulo de oro». Verano cree que debemos «incrustarnos» más en la economía mundial, para mayor interacción no solo con la economía nacional sino también con la internacional.

Verano de la Rosa va por buena senda pero le falta el centavito para el peso. Tiene toda la razón cuando habla de mayor autonomía, del crecimiento económico propio como región caribe, que debemos dejar de ser solo un pedazo de tierra solo útil para el desarrollo de otras economías… pero es solo un sueño de verano, porque mientras no se corte el cordón umbilical con Bogotá no habrá posibilidad de tomar el destino con nuestras propias manos.

El mayor argumento en su contra es su propio proyecto, que pese a obtener 2.5 millones de votos el 14 de marzo de 2011 en favor de mayor autonomía, no se ha materializado nada, antes por el contrario, el gobierno central, que ha desoído estas reivindicaciones, ha promovido recortes a través de diversas medidas como una nueva ley de regalías. La participación del Caribe en el alto gobierno nacional, como todo el siglo XX, ha sido casi nula.



3   Nuestra propuesta de desarrollo: separación.

La primera salvedad que se hace en todas las discusiones políticas y académicas es la integridad del país colombiano, como se si se tratara de un mantra sagrado, exorcizando de antemano cualquier fantasma secesionista. Es una actitud tradicional en la cultura Caribe, desde las reclamaciones de Nieto, pasando por Núñez y renovada por la intelectualidad caribe contemporánea.







Las razones de esta fidelidad perruna, de lamer la mano que sostiene el látigo, no tiene asideros concretos. Posa Carbó intenta, por ejemplo, un argumento a partir de la falta de definición de la nación Caribe, tanto en el aspecto geográfico como en histórico-administrativo, para aterrizar en que «…ciertamente el cuadro de una sociedad compleja, no libre de contradicciones, lejos de ser una comunidad homogénea» [Sic]. Dentro de esta misma lógica menos justificación tendría Colombia.

Sin embargo la única y definitiva fórmula para que esta región llegue algún día a desarrollarse y darle a sus habitantes una vida digna es formando rancho aparte. Formar un estado aparte, un estado de naturaleza caribe, que interprete a la comunidad caribe.

Hay que dejarse de hacerse ilusiones, nadie va a venir a sacarnos de la pobreza y del atraso. No es Bogotá, enfrascada en su propia dinámica y con su mirada miope del prejuicio regional, quien nos soluciones los problemas. Solo nosotros mismos, cuando tomemos con las manos nuestra propia historia haremos algo por esta región.

Por otro lado, no hay que esperar que una propuesta tan radical como la separación y la formación de rancho aparte provenga de la academia ni de la política. Los primeros, apegados a la rigurosidad científica de las ciencias sociales no se aventuran con ideas «sin bases en la evidencia», ni se exponen a la vergonzosa comidilla de su comunidad. Los otros, no dan puntada sin dedal. Los políticos, que por definición deberían ser la vanguardia del pensamiento de sus comunidades, en la práctica en realidad van en la retaguardia, reciclando las ideas más populares de la comunidad, aunque ellos mismos la sepan inconvenientes o incorrectas. Pero claro, cuando el movimiento tome cuerpo habrá más de un político desgarrándose las vestiduras por la causa y más de un académico hallando razones históricas, políticas, socioculturales y de todo tipo en favor de la Republica Caribe.

Esta separación y conformación de la Nación Caribe no debería constituir una amenaza para Bogotá, antes por el contario debe significar mayor dinamismo económico.

Razones históricas para una Republica Caribe



Razones históricas para una República Caribe



La Historia en un poderoso instrumento político que puede jugar a favor o en contra de las causas de los pueblos, dependiendo de los sesgos que surgen al momento de seleccionar el tipo de historia que se enfatiza, quien la selecciona y con qué fines. Los pueblos, como los individuos, son multidimensionales y, por tanto, tienen múltiples historias, y todas deben ser contadas, tanto las negativas como las positivas, pues todas cuentan. 

Chimamanda Adichie, escritora nigeriana, nos advierte acerca de los peligros de contar una sola historia, la que solo resalta lo negativo, las diferencias y los lados oscuros. Es importante cómo se cuenta, quien las cuenta, cuando se cuentan, cuántas historias son contadas. En la práctica, quien determina todas estas posibilidades es el poder. El poder no solo confiere la capacidad para contar la historia del otro sino también para hacerla definitiva. Hacer de derminada historia una única historia, cuya consecuencia es el robo de la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de la igualdad humana y enfatiza las diferencias. En ocasiones, el propósito de contar una historia es someter y expoliar, pues como ha dicho Mourid Berghouti, poeta palestino, «si se pretende despojar a un pueblo la forma más simple es contar su historia».

Pese a que «la hitoriografía regional del Caribe ha alcanzado cierta madurez…»3, aún tenemos grandes lagunas, sobre todo en la cuestión de enfoques, dado que apenas estamos intentando deshacernos de la visión eurocentrista y andina de nuestra historia. En los siguientes párrafos se intenta una visión caribe sobre un breve resumen de nuestra historia, ya quedará para los historiadores profesionales caribes emprender un proyecto histórico de gran envergadura.



Novedades de la historia caribe






En uno de aquellos días del pasado remoto, después de adentrarse durante varias jornadas de caminatas sin lograr encontrar la otra orilla, comenzaron a sospechar que no se trataba de otra isla, sino que se habían topado con algo muy grande, tan grande que no cabía en la imaginación insulana. Era los primeros pasos de la raza humana sobre este continente.

Eran hombres de los archipiélagos de los mares del sur, que saltando de isla en isla, desde hacía cientos de años, andaban en una búsqueda cuya esencia quizá nos sea vedado comprender. Tal vez solo se trataba de la curiosidad propia de la humanidad o de algún designio ignoto del marae, antiguo sistema de creencias polinesio. Quedan excluidas, por adelantado, las ambiciones de expansión territorial, la colonización, la apropiación de tierras y la unificación poblacional, basamento y sentido del pensamiento occidental.

Lo más probable, sin embargo, tratándose de pueblos con poderosos vínculos vitales con la tierra y con el mar, cuya espiritualidad estaba hermanada con la naturaleza, era que buscaran diferentes espacios para engrandecer al espíritu. Sabían que la felicidad consiste en lograr la armonía entre el individuo y la madre tierra, que la variedad espiritual del hombre requiere diversos horizontes, que cada generación trae individuos de diferente espiritualidad, que precisan nuevos espacios. Tal vez éstos eran los vientos que hinchaban sus velas.

El tema del origen del hombre americano es apasionante y avasallador, alrededor del cual no hay conclusiones definitivas sino debates en marcha. Las primeras teorías, basadas en investigaciones científicas, pero sobre todo en el deseo del hombre del norte, daban este privilegio a la congelación del estrecho de Bering, pero ahora que las investigaciones se han comenzado a realizar también en el sur, emerge otra verdad.

Si este continente hubiese sido poblado solo por Siberia, como tradicionalmente se ha dicho, los sitios más antiguos deberían hallarse en el norte y no en el sur, como evidentemente ocurre1. Además, las pruebas genéticas y fenotípicas dan a las poblaciones del sur rasgos australoides y a los del norte mongoloides. La antropología genética ha aportado sólidos indicios para creer en un poblamiento autónomo de América del sur, y más antiguo. Es perfectamente posible, sin embargo, que coexistieran poblamientos autónomos, tanto en el sur como en el norte.

Algunos hombres, aquellos de con grandes horizontes en sus almas, regresaron al mar, a las islas, al archipiélago, el resto, atendiendo el llamado de la tierra, se internaron en el misterio del continente con sus ilusiones y sus piraguas. Durante 10 o tal vez 15 generaciones, a través de los ríos, recorrieron las pampas, las montañas y las selvas, dejando todo tipo de vocinglería, desde poblaciones nómadas hasta encumbrados imperios.

El embrión que dio origen a la nación Caribe sumó, en su información genética, el paso por la selva, las altas montañas andinas, la lejana pampa, los mares del sur, Oriente y África. Y el Orinoco los regresó al mar, pero se trataba de un mar diferente, cálido y de vivos colores. Los que hallaron identificación en esta nuevas islas, las «las islas sonantes», tenían predominio de color en sus almas y música alegre. La vieja piragua polinesia, que había perdido su balancín en los ríos, tomaba forma en los arboles del caribe.

La semblante que los primero pobladores dieron al Caribe tal vez nunca la lleguemos a recuperar, el efecto devastador de la conquista y colonización dejaron pocos rastros. Como ha dicho Lulú Giménez, «es posible afirmar que el Caribe precolombino tuvo una fisonomía que resulta actualmente inconcebible, pues era un espacio innominado que, sin embargo, presentaba zonas de integración originadas por los movimientos de las diversas etnias indígenas que lo componían, conformando geografías parciales».

Pese a su escaso desarrollo, la etnohistoria del Caribe nos va revelando un mundo con mayor desarrollo del que hasta ahora se había pintado. La percepción tradicional del caribe, derivada de la mirada del conquistador, ha considerado a los pueblos caribeños precolombinos salvajes, con costumbres aborrecibles como la antropofagia. Este sistema valorativo negativo europeo ha tenido efectos nocivos sobre la construcción de la identidad en todo el continente, sin embargo, ha sido particularmente desfavorable para el Caribe, que ha interferido además en la elaboración y comprensión de la historia. En este sentido vale la pena retomar el ejemplo que Lulú Giménez extrae de la II Conferencia de Escritores Afroasiáticos de 1962, cuando Nicolás Guillén, a propósito de los orígenes de la cultura cubana, se expresa de forma peyorativa de los primeros habitantes del Caribe:

El indio, que en otros sitios del continente americano, como México o Perú, alcanzó una elevadísima cultura, se hallaba en la edad de piedra en nuestra patria, de manera que no pudo influir en el nacimiento y desarrollo del carácter nacional.

El cuadro que se viene dibujando con los restos de «maderos podridos, cadáveres antiguos y nuevos, restos fósiles de especies extinguidas» es muy diferente. Sabemos, por ejemplo que los Caribes mientras iban poblando las islas y las costas continentales, iban integrando sus territorios mediante armónicas redes de comercio, intercambio cultural y estructuras políticas. El arte de la navegación se le daba por herencia ancestral, así como la pesca, la agricultura y la astronomía. Se trataba de geste instruida y afable, que lejos de comportamientos salvajes, acogía a los visitantes con gusto y regocijo. Su estructura social era flexible, sin férreas jerarquías, su espíritu marino y guerrero.

Durante el pleistoceno se asentaron los primeros hombres en la costa Caribe colombiana, que desarrollaron una cultura prehistórica llamada de Los concheros, dado que se trataba de pueblos pescadores de moluscos y mariscos, además de recolectores y cazadores. El conchero más importante es el conocido como Puerto Hormiga que se encontró cerca del canal del Dique, en donde se han descubierto depósitos de conchas, fogones, alfarería, cerámica y otros signos de asentamiento humano.

Los primeros en desarrollar la agricultura dentro del territorio de la actual Colombia fue la cultura de Momil, quienes cultivaron yuca y maíz en el bajo Sinú. A su vez la cultura Zenú, que se desarrolló entre los ríos Sinú y Magdalena y que se distinguió por su orfebrería, alcanzó el mayor desarrollo sociopolítico de todos los pueblos precolombinos al establecer con un gobierno central.

No obstante, como bien lo afirma Bushnell, «En términos puramente cuantitativos, los Taironas fueron sin duda el pueblo amerindio más sobresaliente entre los precursores de la Colombia moderna». Lograron una civilización urbana única, cuyas ciudades gozaban de una admirable estructura arquitectónica dado que construían sus viviendas y otras edificaciones sobre plataformas de nivelación, contaban con alcantarillados, plazas de piedras, calzadas y puentes. Las ciudades y pueblos estaban intercomunicadas por una hermosa red de caminos empedrados con puentes de losa de piedra, escalinatas y muros de contención. Estos trabajos de nivelación fueron logros de ingeniería sobre la geografía de la Sierra Nevada de Santa Marta, que también se utilizaron en la agricultura. Desarrollaron además la estatutaria, la orfebrería y la fina cerámica. Entre sus técnicas se puede destacar la fundición, la cera perdida, la filigrana y el repujado.

Y luego llegaron los salvajes


Muchos pueblos del continente tenían indicios de la existencia de los europeos y sabían de lo inevitable del encuentro, lo cual inducía toda suerte de sentimientos y miedos, desde una vaga preocupación hasta franco terror, pero a la vez representaba esperanzas y fuente de nuevas fortalezas para el espíritu. 

Los caribes, al igual que muchos pueblos indígenas americanos, percibían al espacio y al tiempo de forma cíclica, en donde había un momento de nacimiento, un tiempo de evolución y un final que daba paso a un nuevo ciclo. Esta temporalidad cíclica, que tenía sentido en su poderosa relación con la naturaleza, en el plano histórico cobra un sentido circular, en donde el tiempo se vuelve sobre sí mismo formando ciclos que son sustituidos por unos nuevos. En este sentido, la inminente llegada de los europeos tal vez fue entendida como el fin de un ciclo y el nacimiento de otro.


El primer contacto entre el Caribe colombiano y Europa fue en La Guajira, en el año 1500, pero el primer desembarco lo realizaron diez años después en el golfo de Urabá, en donde fundaron a San Sebastián. No obstante, el primer asentamiento permanente fue en lo que hoy es Santa Marta, fundada en 1526, justo en territorio Tairona, porque la bahía les ofrecía seguridad. Unos años más tarde descubrieron una bahía de mayores ventajas y fundaron Cartagena.

Lo que nunca imaginaron, pues no tenían antecedentes para sospecharlo, era que se trataba de seres inicuos, de ruinosos espíritus, ansiosos de objetos materiales, que llenaban sus vidas vacías con metales y riquezas que nunca alcanzarían a utilizar. Era tanta la avaricia y tan necia, que pretendían apropiarse de los ríos, de las praderas y hasta de las montañas. ¿Cómo podrían ser tan insensatos? «Nosotros pertenecemos a la tierra, no al revés» dice la filosofía arhuaca. Pero lo más extraño era que estos hombres traían, además de la propia, una avaricia ajena, de otros seres empoderados más allá de los mares, en tierras enfermas quizás o arruinadas, que no les daba los suficientes alimentos ni suficiente espiritualidad.

 La mirada del conquistador

La mirada del europeo hacía el nuevo mundo se enmarcaba, por supuesto, en la categoría de la otredad, y el Caribe se constituyó en el «otro». En opinión de Giménez Saldivia el Caribe era un lugar inaccesible en la epistemología occidental1 «era una realidad inaprensible con los códigos instaurados por la conquista y colonización que Europa ejerció sobre las nuevas tierras debido a que, sin lugar a dudas, la relación que los pobladores originales establecían con sus territorios de referencia era singularmente “otra”, sin lugar en la epistemología occidental».

Las expresión de mayor otredad, si es que esta categoría se puede evaluar en grados, es la interpretación que hacen los españoles a la expresión caribe ¡Ana Kari’ñaRöte! ¡Ana Kari’ñaRöte!: ¡Nosotros también somos gente! Los Caribes, aquellos buenos salvajes, imploraban reconocimiento de su condición de humanos a la cultura occidental. Vaya soberbia. Pero más que arrogancia, la de Colon era una mirada distorsionada por sus gafas de fe y fantasía, que daría continuidad a un sistema valorativo antiguo, basado en referencias bíblicas y en la antigua tradición europea. A través de este sistema, preñado de mitos y prejuicios, Europa construye, paradójicamente, una gran especulación sobre el Nuevo Mundo, en vez de apreciarlo como un fenómeno nuevo, cargado de rasgos inéditos. En este contexto el hombre Caribe se convierte en el otro, un ser indiferenciado, sin atributos singulares.

Dilucidar la esencia de este fenómeno es de vital importancia para entender algunos comportamientos y situaciones actuales. Es ese sentido se ha avanzado mucho en los últimos tiempos, es así como los nuevos historiadores han superado el marco estrecho de las espadas y las flechas para adentrarse al vaporoso pero contundente plano de las concepciones encontradas, que finalmente fueron las determinantes. Desde finales del siglo pasado se ha intentado dar importancia a la dimensión de las concepciones en diferentes estudios, vemos como Diana Luz Ceballos Gómez describe el nexo europeo-indígena como un duelo de imaginarios, en donde entran en confrontación los arquetipos de cada parte para dar como resultado a una tercera. Acerca de la mirada europea Roger Bartra ha profundizado en su obra El mito del salvaje2, como se discute en otro segmento de este trabajo.

El Caribe colombiano precolombino, en particular, ha sido borrado, solo hasta años recientes con los descubrimientos de «Buritica 200» o «Ciudad Perdida» se ha despertado cierto interés. Los historiadores de Colombia, nacionales o extranjeros, han centrado su foco en la región andina, casi siempre ignorando la historia caribe. Es así como, por ejemplo, Bushnell al «principio», y durante todo su recorrido histórico, tiene como escenario principal a las montañas, salvo algunas excepciones que menciona escenas en la «planicie del norte». Inicia el capítulo 1 de su compendio histórico con:

En el principio había montañas, llanuras y ríos, pero especialmente montañas; ningún rasgo geográfico ha determinado la historia de Colombia tanto como los Andes.

Cincuenta años después de la llegada de los europeos el semblante del Caribe había cambiado notablemente, la población nativa había sido sometida a un proceso de esclavización y exterminio y un febril comercio de esclavos había poblado las islas y a las áreas continentales de africanos.

Este proceso de reasentamiento poblacional trasatlántico viene a traer enormes repercusiones mundiales, que no solo en el Caribe. Los «mejores hombres», a decir de los traficantes por su calidad como «mercancía», procedían de Cabo Verde y Cabo de Buena Esperanza. Por su condición de seres humanos arrancados de sus hogares, reasentados en tierras lejanas y sometidos a la esclavitud, los africanos tardaron varias generaciones para desarrollar sentimientos de pertenencia al Caribe. Este proceso de aclimatación Antonio Benítez Rojo4 le denomina «criollización» (aunque no le parece apropiado el termino proceso), según el cual los productos culturales resultantes son inestables, pues no necesariamente implican un síntesis de lo africano y lo caribe sino algo nuevo y en continua transformación. El escenario en donde se fraguan estas «recurrencias interrumpidas», que implican retención, resistencia, imitación, asimilación, aculturación, transculturación y enculturación, es la plantación. De la plantación surge la identidad afrocaribeña, pues allí se marca de forma contundente la línea divisoria entre el amo, la raza blanca, y los esclavos, la raza negra.

Durante varios siglos, esta interacción de razas en torno a un mar expuesto a todo tipo de navegantes e influencias, dan origen a una personalidad propia del Caribe, de incuestionables particularidades. Sin embargo, por su condición fragmentaria, de pequeños países insulares, situada en una zona estratégica en la geopolítica de las grandes potencias mundiales, la región ha sido sometida a un proceso de invisibilización y trivialización. La región Caribe no es reconocida como región hasta finales del siglo xx, debido, en parte, al movimiento mundial de descolonización. Por otro lado, la trivialización procede de la percepción yanqui de «Republica Banana», término acuñado por escritor estadounidense O. Henry, basado en estereotipos de vida fácil, alegría permanente, vivos colores, erotismo, magia y música alegre.

La región Caribe de la Nueva Granada, teniendo como puerta de entrada principalmente a Cartagena, recibió buena parte de la diáspora africana, población que eventualmente superaría en número a los nativos y a los blancos. Durante gran parte de la colonia la población fue mayoritariamente negra, mulata y zamba, sin embargo no se desarrolla una identidad afrocaribeña propia debido a que el sistema de plantación no prospera, evitando una abierta confrontación de razas. Según la tesis de Torres Saillant, esta situación da lugar a un «espacio intermedio (mulato o mestizo) que adquiere autonomía ontológica». Por esta senda la identidad afrocaribeña se torna débil y fragmentaria, que en vez de reafirmar su negritud ha buscado «amalgamarse»5 y pasar desapercibida, con lo cual pierde la oportunidad de tomar ventaja, dada su superioridad demográfica, para ganar posiciones e imponer su poder sobre los blancos.

Nación Caribe o Nueva Granada


Durante al menos un siglo la Región Caribe estuvo bajo la jurisdicción del virreinato de Lima, pero debido a las enormes distancias y las dificultades con las comunicaciones, pasó a una intrincada forma de gobierno con tres ejes centrales, las Reales Audiencias de Nueva Granada, Quito y Panamá, pero aun dependiendo del virreinato de Lima. Durante este periodo se hace visible la imposibilidad de Madrid de mantener control sobre la vida cotidiana de las colonias, y donde comenzaron a surgir las primeras manifestaciones de identidad regional de tipo sociocultural y político. La corona, no ajena a este fenómeno, fomentó autonomías regionales, que fueron ejecutadas con diversos matices. Tal vez quien mejor las interpretó fue Bartolomé de la Tienda, un intendente general, quien manifestó que «cada gobernador en su distrito, sea o no su jurisdicción grande, con el carácter de Capitán General, es absoluto y no conoce superioridad en otro para corregir sus yerros».

Esta manifestaciones, sin embargo, llegaron a tomar, como es natural, un camino hacía la regionalización, afianzado los poderes locales en detrimento de la metrópoli, lo cual, en la actual Colombia, dio forma a dos polos de independencia, Cartagena y Bogotá, que arriaban con gran fuerza hacía poderes locales, hasta el punto de hacer temer a España una eventual pérdida definitiva. La medida asumida entonces fue la de darles mayor autonomía separándolas de Lima y creando un nuevo virreinato. Las dos ciudades impulsaron sus respectivas candidaturas a capital del futuro virreinato, Cartagena, fiel a su naturaleza caribe límpida y sencilla, aportó argumentos a su favor como la posición geográfica, importancia económica, militar y su peso geoplitico en el Caribe. Bogotá solo se dedicó a resaltar los aspectos negativos de Cartagena, a hablar mal de los costeños. Las cosas no han cambiado desde entonces, por el contrario, a medida que la Región Caribe se hunde más en el atraso y en la ignorancia, aumentan los elementos negativos a resaltar.

El Consejo de Indias, con la perspectiva de una eventual guerra contra Inglaterra y el peligro de los puertos, decidió refugiar a su virrey en las alturas impenetrables de los Andes. Villalonga, el virrey, como era de esperarse, nunca pudo gobernar, y Cartagena nunca aceptó su autoridad. Los siguientes virreyes, pese a la nominación santafereña, gobernaron muchos años desde Cartagena, pues era donde estaba el centro neurálgico de la economía, la política y la guerra.

La región Caribe, fiel a su espíritu libre y autónomo, nunca se sintió parte de la Nación Andina colonial. Al respecto Polo Acuña y colaboradores han destacado:

Al entrar el siglo XVIII el Caribe neogranadino distaba mucho de ser una sociedad señorial regida por leyes y controlada por la iglesia; por el contrario, la mayoría de la población se encontraba por fuera de tales controles y con una manifiesta autonomía de las autoridades. Los principales centros urbanos apenas intentaban sujetar su población circundante, sin posibilidad alguna de extender sus dominios hacia zonas lejanas… Por ello, autoridades y habitantes de la ciudad, antes de las reformas borbónicas, difícilmente les interesó mirar a su país interior.

Algunos historiadores han desmentido la creencia de que los indios habían desaparecido de la región después de la conquista. «…grupos nativos del Caribe que revistieron autonomía manifiesta con relación a las autoridades españolas y republicanas posteriormente, como fueron los Wayuu en la península de La Guajira, los Chimilas en parte de la provincia de Santa Marta y los Cuna en la provincia del Darién. No es que estos grupos hayan sido los únicos que desplegaron resistencia, pero sí los que desafiaron abiertamente, en no pocas ocasiones con las armas, las políticas de sujeción y control social durante el reformismo borbónico y las primeras décadas de los gobiernos republicanos».

Bogotá, entre cuarenta días y tres meses de los puertos y a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, no era un destino apetecido, sin embargo, la visión mercantil de la metrópoli de ultramar se impuso en este desencuentro, promoviendo la agricultura en los Andes y reprimiendo el febril comercio cartagenero, debido a las pérdidas ocasionadas por la presencia inevitable del contrabando. Bajo este trato desigual, en donde se frenaba el desarrollo caribeño en aras de la región Andina, Cartagena nunca se sintió parte del virreinato de la Nueva Granada ni tenía ningún interés en formar parte de una nación después de la separación de España, sino que aspiraba a una autonomía plena.

La unificación de la región Andina con el Caribe y Panamá era muy débil, pues no tenía más sustento que la cómoda visión colonialista, la cual se fue debilitando a medida que las colonias crecían y se adquiría conciencia vernácula. Como ha demostrado el historiador Alfonso Múnera, «en los últimos años de la colonia, la organización política y administrativa del Virreinato de la Nueva Granada constituyó un caso extremo de debilidad de la autoridad central y de fragmentación regional. Cuando la crisis final del imperio español estalló en 1808, el virreinato era una entidad política que apenas intentaba consolidarse en medio de una gran incapacidad para superar los graves obstáculos que se oponían a su existencia». Esta idea también es sustentada por Eduardo Lemaitre en su formidable obra sobre la separación de Panamá, señalando que la independencia de España, en 1821, les había llegado «por su propia virtud», es decir, sin guerra ni sangre, porque España había muerto en aquellas latitudes de «muerte natural».

Los cartageneros intentaron negociar esta autonomía con Cádiz, pero fracasaron, la dependencia a Bogotá persistió hasta la independencia y la creación de la nueva república. Como era una relación de contarios, el artificioso maridaje hace crisis desde las primeras etapas, dando lugar a un primer periodo republicano muy débil e inestable, denominado Patria boba. La historia oficial ha achacado la fragilidad de este período a la inexperiencia de Bogotá, pero en realidad era reflejo de las tensiones regionales, principalmente con la región Caribe. Prueba de ello es el manifiesto de Cartagena de 1810, en el cual se exterioriza la negativa a pertenecer a una república que tuviera por capital a Santafé de Bogotá, y se expresa el deseo de la creación de una república caribe independiente a partir de la provincia de Cartagena.

Los sueños de una República Caribe se vieron violentamente frustrados por Pablo Morillo en 1816, cuando masacró Cartagena en un intento de reconquista española. El férreo espíritu independentista conduce a la ciudad a una heroica defensa, en la que no se escatiman esfuerzos, llegándole a costar la vida de más de la mitad de sus habitantes y su ruina total. Pese a épica lucha, la ciudad fue sometida durante cinco años. Durante este oprobioso período Cartagena contó con la hidalga resistencia ciudadana y con la total indiferencia de Bogotá.

La ciudad sale de la ocupación en ruinas y habiendo perdido su liderazgo regional, hecho que aprovecharon Bogotá y Caracas. Esta última asume el papel protagónico en el caribe y Bogotá se afianza como capital de la nueva república. El espíritu de la región Caribe, pese a la cuasi destrucción de Cartagena, persiste durante la reciente república, y entra a formar parte de la Gran Colombia debido a una necesidad estratégica de guerra contra España, que aún no se resignaba a perder sus posesiones de ultramar. Una vez disuelto el peligro de guerra la Gran Colombia pierde sentido histórico y se deshace, la región Caribe, destrozada por los últimos embates de la guerra pasa a formar parte de una república que no desea. El espíritu libertario, no obstante, persiste, con algunas manifestaciones públicas como el movimiento de los Veteranos de la Libertad, que tenía un proyecto separatista, pero que son reprimidos por la fuerza y, sobre todo, con una campaña ideológica que busca ridiculizar y desvirtuar todo intento segregacionista, que inició la intelectualidad andina en cabeza de Restrepo, quien calificaba a estos proyectos como descabellados. Este matrimonio a la fuerza costó un siglo de guerras.

Además de la fuerza, Bogotá ha utilizado otra poderosa herramienta para someter a la región Caribe, el desprestigio. En este camino la nueva república andina recicla y repotencia la imagen creada por la intelectualidad andina desde el siglo XVIII, según la cual el «ser» andino es el prototipo de la nación colombiana, moral e intelectualmente superior, mientras que los habitantes de la región caribe representan al «otro», salvajes e indisciplinados, sin progreso alguno y sin posibilidades de obtenerlo. Caldas, como ampliaremos más adelante, estaba convencido de la inferioridad racial de los nativos costeños, por ser originarios de climas ardientes.

La historiadora Helg ha encontrado que «…los colombianos andinos han mostrado una inclinación a clasificar racialmente la imagen de sus conciudadanos caribeños, a quienes comúnmente han descrito como mulatos o pardos. Hasta la década del setenta del siglo XX, los autores y escritores andinos de textos escolares atribuían a menudo a los costeños las características psicosociales contradictorias impuestas a los mulatos por el racismo pseudocientífico: perezosos pero a la vez activos, intrépidos pero irresponsables, amantes de la diversión, promiscuos y ruidosos».1

Este discurso andino ha permeado, desde siempre y hasta la actualidad, no solo al ciudadano caribe promedio, que es el blanco principal, como profilaxis separatista, sino también a la intelectualidad. Es así como grandes pensadores como José Ignacio de Pombo, cartagenero, estaba tan convencido de la inferioridad caribe propuesta por Caldas, que se sentía avergonzado de vivir en medio de la barbarie pudiendo hacerlo en la civilización. Deseaba una reforma que permitiera el ingreso masivo de inmigrantes nórdicos para borrar la amenazante presencia de negros y mulatos. Núñez, el único presidente caribe de toda la historia colombiana, también estaba permeado por la ideología andina, de tal suerte que no solo afianzó la centralización del poder en Bogotá sino que también estaba convencido de la inferioridad racial caribe y también era partidario de la inmigración blanca.

Pero el espíritu caribe, forjado en la mezcla de razas y caracteres, ha ido hallado, en su trasegare cotidiano, razones para no avergonzarse de su mestizaje, antes por el contario, ha ido forjando valores para enorgullecerse de su condición de mestizo, pues al fin y al cabo representa al prototipo del mestizaje, la raza del futuro. El discurso andino no ha logrado borrar al espíritu caribe, cuyo ideario se ha mantenido durante todos los tiempos. Durante este período, por ejemplo, en contrapartida a Núñez, Juan José Nieto, continuador del pensamiento caribe, promovía discusiones nacionales acerca de la diferencias caribes y andinas y, entre otras cosas, enrostró a Francisco de Paula Santander el abandono de Cartagena a su suerte por parte de Bogotá durante el largo sitio de Morillo, y le recordó que las diferencias entre las dos regiones eran tan antiguas como la misma América.

Con la propuesta de nación colombiana la peor parte la llevaría la región Caribe, que pudiendo avanzar de forma autónoma hacía el desarrollo, estaría siendo atrofiada por su dependencia política y económica de Bogotá. Estas diferencias se manifestaron de forma ostensible en el crecimiento económico desde el inicio del siglo veinte, en donde se percibe una gran disparidad de en favor de la región andina. Las causas de este crecimiento desigual han sido motivo de estudio de Meisel Roca, quien ha señalado como principal al fenómeno económico conocido como enfermedad Holandesa, la cual supone un gran auge exportador de cierto sector primario de la economía, en detrimento del resto de los renglones, debido a la baja del precio de las divisas externas.

Desde mediados de la primera mitad del siglo veinte la prospera actividad exportadora de café derivó en profundas consecuencias macroeconómicas, dejando sin piso competitivo, a nivel mundial, al productor caribe, debido a la revaluación de la moneda extranjera. La ponderación de la economía cafetera tenía explicación en el poder central y, la prosperidad exportadora, a su vez, concedía mayor peso económico al centro.

Pero el asunto es multidimensional, que no solo económico, la composición racial de la región caribe, integrada en un gran porcentaje por población tradicionalmente discriminada como la afro descendiente y la indígena, que no solo tiene implicaciones éticas, políticas y sociales, sino también en la estructura de la propiedad. A las causa principales se van agregando, de acuerdo a los efectos de un círculo vicioso, otras de carácter secundario e incluso aleatorio, que van magnificando la brecha inicial, en un proceso de causación acumulativa circular. Entre estas causas secundarias Meisel ha documentado la redefinición de las redes de transporte nacionales entre los años 1920 y 1939, el mayor crecimiento demográfico de la costa caribe respecto a la región andina, al círculo vicioso creado por el rezago económico y la consecuente pérdida de influencia política.

Una causa más que nos atrevemos a agregar a las del profesor Meisel es la uniforme mediocridad de las clases políticas, tanto andinas como caribes, que han ejercido una autoridad superior a su capacidad. Los clases dirigentes de la región Caribe no ha podido superar los regionalismos ni al provincianismo para conformar un ente político administrativo fuerte, lo cual le ha permitido a la dirigencia andina construir una nación a su medida, en franco menoscabo de lo Caribe.

Las disparidades socioeconómicas y culturales de Colombia han sido ampliamente documentadas, aunque los sentidos basten para confirmarla, sin embargo las propuestas de solución han sido muy tímidas. Meisel, por ejemplo, aunque reconoce que estas diferencias regionales no se van a eliminar espontáneamente por medio del funcionamiento de los mercados, de que la situación no es reconocida por las autoridades centrales y, por tanto, no hay una política explicita para reducir esa enormes desiguales económicas, lo que propone es hacer «un gran esfuerzo nacional», lo cual puede tener miles de significados y que a la postre no llegue en verdad a significar nada. 

República Caribe

Introducción Desde siempre hemos fantaseado con la posibilidad de una nación caribe, hemos soñado una nación propi...