Situación
actual de la costa caribe: atraso y pobreza
La Región Caribe,
pudiendo ser una nación fuerte y próspera, es la zona más pobre y atrasada de
Colombia. Es una verdad simple, certera e irrefutable.
Aunque su pobreza es de
naturaleza centenaria, su rezago frente a otras regiones del país surge a
partir del siglo XX, como lo ha documentado Adolfo Meisel Roca en su ya clásico
trabajo ¿Por qué perdió la costa Caribe
el siglo XX?2. Con base en el ingreso per cápita, infraestructura de comunicaciones, educación y otros
indicadores sociales y económicos, este trabajo documenta, de forma palmaria, el
dramático fracaso del Caribe colombiano.
Es así como la región ha
sido sorprendida por el siglo XXI en la miseria y en la pobreza absoluta, con
un inadmisible índice de analfabetismo, con altas tasas de desempleo, con
discriminación racial y de género, sin un adecuado sistema de salud, sin
infraestructura y sin capacidad política. Su producto interno bruto (PIB) per cápita está muy por debajo del
promedio nacional, dando lugar a una inaceptable asimetría. La brecha, en los
casos más graves, ha sido calificada por Meisel Roca como abismal. Este
investigador, que se ha dado a la tarea de comparar el PIB per cápita entre
Sucre y Cundinamarca, ha encontrado la misma diferencia que existe entre Suiza
y Colombia.
El estudio de Meisel Roca
se publicó hace trece años en El rezago
de la costa caribe colombiana3, un trabajo que compiló la
opinión de los más excelsos pensadores nacionales y caribes del momento.
«Difícil es encontrar reunidos en un esfuerzo conjunto a tantos especialistas
sobre el tema del atraso de la Costa» dijo al respecto Gustavo Bell Lemus. La
obra ahonda acerca de la deprimida situación de la región caribe desde varios
puntos de vista, incluyendo el económico, el social, el cultural y el político.
En este trabajo
colectivo, que es una especie de radiografía de la situación de hace unos 12 a
15 años, se documenta, de forma meridiana, que la región caribe es diferente al
resto de Colombia, en donde diferente significa menos, denota inferioridad, en el que el PIB per cápita en 1995 era solo el 55% del promedio
nacional, que el 36.5 de la población era pobre, con un 25.6% de indigencia, en
contra de un 23.6 y 20.5 nacional, respectivamente. El analfabetismo era mayor
al nacional y que la inversión con recursos nacionales era solo del 16%, pese a
que el total de su población representaba al 21% del total.
Juan Luis Londoño,
entonces director de la revista Dinero,
afirmaba, en uno de sus ensayos, que «la costa es muy pobre en capital físico y
humano», que en materia de educación tenemos «50 años de rezago, no solo en la
educación básica, sino en educación superior». Se pregunta, pasmado ¿cómo es
que nuestra red de transporte, teniendo las ventajas de la geografía caribe,
sea inferior a la andina, pese a sus quebradas montañas?
Los autores tienen el
cuidado de hacer la salvedad de que esta situación no es coyuntural, sino que,
por el contrario, resaltan su naturaleza crónica: «La Costa Caribe colombiana
se ha convertido en la región económica y socialmente más rezagada del país,
como resultado de un proceso que se gestó a lo largo de muchas décadas».
.
La situación de atraso y
pobreza de la Región Caribe es tan vieja como la región y en vez de mostrar
signos de mejoría cada día empeora. En editorial reciente El Heraldo señalaba «…un siglo de atraso progresivo hasta que llegamos a un
nivel en que el ingreso per cápita regional es apenas del 75% del promedio
nacional». Y hacía el futuro se prevé mayor marginalidad y
profundización de la brecha entre Bogotá y la región caribe como lo señala
Meisel Roca en un reciente artículo publicado en El Espectador:
“…Algunos analistas consideran que la coyuntura política
actual tiene mucho movimiento de péndulo. Eso parece innegable. Sin embargo, no
toda la reorientación de la política nacional se le puede atribuir a este
fenómeno de carácter cíclico. Es necesario ver que aquí hay una corriente
profunda, estructural, tanto de la geografía económica nacional como de su
configuración política. Para donde todo apunta es a que Bogotá, 2.640 metros
sobre el nivel del mar y a más de 900 kilómetros de los puertos de la Costa
Caribe, será en el siglo XXI el centro hegemónico de la vida nacional y el
territorio de la inmensa periferia seguirá sin orden y sin progreso, si
seguimos como vamos…”
En síntesis, podemos
decir la región Caribe se constituye en la actualidad en la región más pobre de
Colombia, que este empobrecimiento relativo respecto a otras regiones ha sido una constante durante toda la historia, que durante el siglo XX se profundizó y que hacía el futuro se espera que la situación empeore (si no se hace algo al respecto).
Causas del atraso y la pobreza de la Región Caribe
La región Caribe no solo
es la más pobre de Colombia sino la menos estudiada. La mayoría de los estudios
económicos, sociológicos, políticos e históricos centran su atención en la
región andina, lo cual es perfectamente comprensible dado que este país es gobernado
e interpretado por andinos. Reflejo de ello es la tendencia de los llamados colombianistas, historiadores nacionales
y extranjeros como David Bushnell, Hans-Joaquim Köning, Margarita Garrido,
Frank Safford, Jaime Jaramillo Uribe, Víctor Ubibe-Urán, Rebeca Earle, como la señalado Aline Helg, «a centrarse en la Colombia andina y no tanto en
la caribeña».
No obstante, la razón
central de la falta de estudios específicos enfocados a la problemática caribe
es debido al proceso de invisibilidad
que la región ha sido sometida durante gran parte de su historia y, cuando se
le reconoce, es dentro del marco de la otredad,
en donde el ser caribe se constituye en el otro,
una «cualidad ontológica inferior a quien enuncia la otredad»1.
Este «olvido» se
constituye en causa de atraso en sí misma pues tiene profundas implicaciones
sobre las decisiones que afectan sus destinos. Es así como se implementen
políticas erradas, pues no tienen asidero en estudios técnicos ni científicos,
en el mejor de los escenarios se extrapolan y se implantan decisiones exógenas.
Un ejemplo histórico-geográfico revelador es la expedición científica más
importante del siglo XIX, la Comisión Corográfica (1850-1859) liderada por
Agustín Codazzi, que no incluyó en sus estudió a la región norte del país, una
falencia de invaluables consecuencias.
Invisibilidad
La región Caribe,
conformada por 8 divisiones político-administrativas denominadas departamentos,
un territorio de 132.288 kilómetros cuadrados y una población de 9.7 millones
de personas -que representa el 21.4% de la población de Colombia-, está cruzada
por un encuentro racial particular y por unos rasgos culturales vernáculos
singulares. Entre los múltiples elementos que concurren en la construcción de
su cultura destaca la presencia afrocaribeña, dada la alta densidad de
población negra. No obstante, la dimensión caribe de Colombia, y la dimensión
afrocaribeña en particular, han sido silenciadas durante doscientos años de discurso andino.
Este
discurso, que tiene sus orígenes en los prejuicios raciales de los criollos que
ostentaban el poder y que odiaban nuestra composición racial, intentaba
blanquear la población y borrar los rasgos culturales caribes en aras de una
Colombia mestiza de origen europeo. Es en este prejuicio racial en donde se encuentran «los orígenes históricos
del silencio que Colombia ha mantenido sobre su dimensión afro-caribeña». Como
lo ha demostrado Wade, en la visión andina de la raza, el mestizaje significa
blanqueamiento progresivo mediante la mezcla de blancos e indios, en donde el
componente afrocaribeño es menospreciado y el racismo contra los negros pobres
es exacerbado.
Durante
los dos siglos republicanos, la nación Caribe y su negritud han sido
invisibilizadas y sojuzgadas, sin que en la actualidad haya signos de mejoría.
Al respecto afirma Helg: «La invisibilidad de los negros colombianos contrasta
marcadamente con el hecho de que Colombia cuenta hoy con la tercera población
más grande de origen africano en el hemisferio occidental, después de Brasil y
Estados Unidos»
Esta historiadora ha resaltado, como ningún otro, el
elemento étnico en la historia de la región Caribe, subrayando la marginalidad
y a su vez la invisibilidad de los afrocaribeños, que es una subcategoría aún
más profunda dentro de la invisibilidad Caribe en general. Desde esta
perspectiva étnica, Helg explica por qué fracasaron las clases alta para
construir una entidad caribeña fuerte. El asunto es que, contrario a lo ocurrido en otras
zonas del Caribe, no hubo un contundente lineado fronterizo entre las razas y
las culturas en donde fracasó el sistema de plantaciones. Según la tesis de
Silvio Torres Saillant, en donde no se desarrolló el sistema de plantación no
fue posible el establecimiento de la oposición radical blanco-negro,
posibilitando la conformación de un «espacio intermedio (mulato o mestizo) que ha
adquirido autonomía ontológica».
La identidad caribe
colombiana solo cobra cierta conciencia hasta finales del siglo XX cuando, desde
dentro, se inicia un proceso de autoreconocimiento. «De hecho, apunta Helg, la Colombia caribeña, con su población afrodescendiente,
poco se conocía fuera del país hasta la publicación en 1967 de la novela Cien años de soledad, del Premio Nóbel
de literatura Gabriel García Márquez». Este revelador hecho reafirma la idea de que solo desde dentro las regiones pueden encontrar soluciones a su problemática, que no deben sentar a esperar otros dos siglos a que el gobierno central se acuerde de ellas.
La constitución de 1991,
proclamada a los cuatro vientos como de avanzada y progresista, sigue dejando a
la región Caribe por fuera de la percepción que Colombia tiene de sí misma. Al respecto
Helg ha dicho que «…la nueva carta política no cuestiona la imagen de Colombia
como una nación patriarcal mestiza (de ascendencia europea e india). Tampoco
rompe el silencio que las élites colombianas han mantenido desde comienzos del
siglo XIX sobre la contribución sustancial de la población de ascendencia
africana a la formación de la nación, excepto en el Artículo Transitorio 55».
Esta invisibilidad, en un
contexto más general, ha sido compartida por toda la comunidad caribe de
naciones, cuya identidad como región también ha estado invisibilizada por la
comunidad internacional e incluso por América Latina. Al respecto Lulú Giménez
afirma:
Por fin, la Región Caribeña no emerge de modo definitivo
sino hasta la década de los sesenta del siglo XX, cuando comienza a
evidenciarse la necesidad de darle al Caribe un tratamiento especial, debido al impulso del movimiento
descolonizador emprendido a escala mundial…
En esta medida, el Caribe como región fue adquiriendo personalidad propia, porque se fueron
haciendo evidentes las particularidades de estos países y sus diferencias con
otros del continente, específicamente con respecto a los latinoamericanos;
hasta entonces el área del Caribe había sido invisibilizada en el conjunto más
amplio de América Latina.
Otredad
Bogotá y la Colombia
andina son conscientes de sus regiones, de sus diferentes rasgos y
características, de tal forma que se resalta la personalidad llanera, opita o
paisa, pero cuando miran hacía la extensa planicie del norte solo se percibe a
los otros, los costeños, en una
mirada homogeneizadora que no distingue diferencias en un territorio mayor a la
superficie de Cuba o de cualquier país centroamericano. Esta percepción, enmarcada
dentro del concepto de otredad, impide la comprensión real del ente caribe.
Si bien esta mirada está
bastante extendida entre las personas del común, lo verdaderamente preocupante
es que la academia, la intelectualidad y la clase política andina también perciben
al caribe desde este ángulo, lo cual no
solo es una visión falseada e irritante, sino que tiene profundas implicaciones
en los destinos de estas tierras. Pese a que el concepto de otredad ha escapado
de la academia y hecho camino propio, llegando incluso a ser objeto de
discusiones en programas televisivos, algunos de los cuales están disponibles
en YouTube, es conveniente anclar
algunos punto.
Los orígenes de su
enunciación se pierden en un laberinto de célebres autores, Octavio Paz, por
ejemplo, apela a Antonio Machado y Edward Said convoca a Paz, a Foucault y a
Gramsci. En esencia, es la mirada asimétrica de quien ostenta mayor poder, en
la que se ve a sí mismo como patrón de normalidad e inferior al otro.
Es
solo un prejuicio, como tantos otros, pero que ha adquirido relevancia en las
relaciones intercomunitarias e internacionales dado que tiene un lado práctico:
no solo evita el trabajo de entender al otro sino que también sirve para
controlarlo y manipularlo. En términos geopolíticos, esto significa que una
región de por sí atrasada, requiere orientación y tutela externa para
modernizarse.
En
los procesos coloniales y neocoloniales mundiales ha sido el marco para el desarrollo de
las relaciones entre la metrópoli y la colonia, con mayor énfasis en África. Es así como, por ejemplo, en el
idioma Igbo, de una tribu asentada principalmente en Nigeria, existe una
palabra que lo expresa: «nkali», que significa «más grande que el otro». Según
este principio es imposible que surjan sentimientos más complejos que la
lástima y la condescendencia, pues no es posible establecer una conexión entre
iguales, en donde el pequeño es incapaz de hablar por sí mismo, esperando a ser
salvados por un blanco gentil.
Orígenes del concepto otredad
Está bastante extendido en la cultura occidental y tal vez tenga su origen, aunque parezca paradójico, por ser la cuna del pensamiento, en la antigua Grecia. Se ha señalado a Ferécretes y a Hipócrates como los creadores de la mitología del otro, aunque puede ser difícil de establecerlo con exactitud. Lo cierto es que en la mitología griega existían elementos salvajes o extraños, que «solían atribuirse a otros pueblos»2.
Sobre su origen y su
papel en occidente, Roger Bartra nos trae El
mito del salvaje2, una estupenda obra en donde hace un profundo
y elegante recorrido histórico sobre este mito. Para comenzar a despejar dudas
debemos resaltar la diferencia que Bartra hace entre bárbaros y salvajes, en
donde los primero son simples seres iletrados, sin acceso a la paideia, al logos, a la razón, mientras que los segundos, los otros, son seres
verdaderamente míticos, a quienes se le atribuyen cualidades sobrenaturales y
quienes son el objeto de esta discusión.
El ejemplo que Bartra
menciona son los caballos antropófagos de Diomedes en la Ilíada, que devoraron a
la hija de un noble ateniense. Aunque en la actualidad se utilizan concentrados
de origen animal para alimentar al ganado vacuno, no existe ninguna razón para
creer que los caballos, animales herbívoros, por iniciativa propia lleguen a
comer carne.
Este ejemplo sirve para
confirmar, una vez más, que Grecia educó a Occidente, por lo menos. Por esta
vía también se colaron los mitos y los salvajes, que llegaron a poblar toda
Europa. «El hombre llamado civilizado no ha dado un solo paso sin ir acompañado
de su sombra, el salvaje» dice Bartra, y agrega: «Es un hecho ampliamente
reconocido que la identidad del civilizado ha estado siempre flanqueada por la
imagen del Otro».
Esta idea es crucial para
entender la mirada de los europeos al encuentro con nuestros pueblos y para
entender, en definitiva, la mirada prejuiciosa occidental. Bartra revoluciona
este encuentro al demostrar que la idea del hombre salvaje existía desde mucho
antes de la expansión colonial europea, que el hombre salvaje es una invención
que obedece a la naturaleza interna de la cultura occidental, que el salvaje en
un hombre europeo y que el concepto de salvajismo aplicado a los pueblos no
europeos fue una simple transcripción de su mito. Al respecto dice:
«Mi primera impresión, al observar a los salvajes europeos que llegaron
a América, fue que esos rudos conquistadores habían traído su propio salvaje
para evitar que su ego se disolviera en la extraordinaria otredad que estaban
descubriendo. Parecía como si los europeos tuviesen que templar las cuerdas de
su identidad al recordar que el Otro –su alter ego- siempre ha existido, y con
ello evitar caer en el remolino de la auténtica otredad que los rodeaba»
Este mito del salvaje,
que da origen a la otredad, se extiende desde la antigüedad hasta nuestros días
y explica algunas actitudes. «Si examinamos con cuidado el tema –continua
Bartra-, descubrimos un hilo mítico que atraviesa milenios y que se entreteje
con los grandes problemas de la cultura occidental».
Es claro que el mito
tiene su origen en la mítica bestia peluda, pero desde sus orígenes tiene
aspectos prácticos, es así como Hipócrates «asigna a los habitantes de Europa
un carácter “salvaje, insociable y colérico” debido al clima rudo y poco
propicio para la agricultura; en cambio, los pueblos de Asia son “pusilánimes,
sin ánimo, menos belicosos” y de un natural “más suave y de un espíritu más
penetrante”».
Es
de hacer notar que Bartra amplia el radio de influencia del mito más allá de
los límites de Europa pues son reproducidos por los Europeos en otras
latitudes. La historia con la que inicia la obra es la paradójica representación de un bosque romano encantado que
hacen los españoles en plena plaza de la gran
Tenochtitlán.
En
América del Norte, por cierto, se confirma que la mirada europea de otredad no
solo es para atisbar a los no europeo, pues los estereotipos creados desde el
siglo XIX acerca de España está enmarcado en esta mirada: «no tenía espíritu de
empresa, era flojos, obedecía ciegamente a sus sacerdotes, perdía su tiempo en
sangrientos espectáculos taurinos; su música podía ser agradable pero no
aportaba nada al bienestar del país, o el propio; no respetaba el horario, no
hacía planes con anticipación. En fin, se iba a la tumba sin haber logrado ni
dejado nada»2
La elite e intelectualidad andina de la Nueva Granada
consideraba al «ser» andino el prototipo de la nación colombiana, moral e
intelectualmente superior, mientras que los habitantes de la región caribe
representan al «otro», salvajes e indisciplinados, sin progreso alguno y sin
posibilidades de obtenerlo. Caldas, cuya afición por las ciencias llevó a
muchos a creer que era un sabio, estaba convencido de la inferioridad racial de
los nativos costeños, por ser originarios de climas ardientes.
Esta identidad impuesta, que viene signada por la
otredad, no puede sino falsear y trivializar la realidad caribe. La identidad
implantada nos describe como pardos, perezosos, sin espíritu de empresa, irresponsables, con música que podría ser agradable pero inculta, no respetaban el
horario, no hacen planes con anticipación, alegres,
fiesteros, tomadores de ron, promiscuos y ruidosos.
La dicotomía perdura en los tiempos y en vez de
atenuarse con la modernidad se potencia, pues como dijera Lulú Giménez, el
conocimiento no basta para desentrañar mitos y desterrar de las mentalidades
concepciones erróneas. En este contexto es que tienen sentido las reclamaciones
que el cartagenero Nieto hace a Santander acerca de las dificultades entre las
diferencias entre lo Caribe y los Andino, en donde lo andino, por su condición
ontológica superior heredado de la visión europea, saca provecho de esta
diferencia. Pero a la vez que le saca provecho niega la diferencia, la
invisibiliza. Con razón Nieto reclamaba que «ninguno podrá negar la oposición
de intereses que hay entre las provincias de las Costa y el centro». Juan José
Nieto, continuador del pensamiento caribe, promovía discusiones nacionales
acerca de las diferencias caribes y andinas.
Dentro de esta mirada se nos ha valorado siempre, que
se ha hecho, bien sea desde las diferencias étnicas, como culturales. Un ejemplo
de esa época es el Diario de Cundinamarca
que ridiculizaba cierto movimiento político caribe de 1875 con la expresión
«merienda de negros».
La historiadora Helg ha encontrado que «…los
colombianos andinos han mostrado una inclinación a clasificar racialmente la
imagen de sus conciudadanos caribeños, a quienes comúnmente han descrito como
mulatos o pardos. Hasta la década del setenta del siglo XX, los autores y escritores
andinos de textos escolares atribuían a menudo a los costeños las
características psicosociales contradictorias impuestas a los mulatos por el
racismo pseudocientífico: perezosos pero a la vez activos, intrépidos pero
irresponsables, amantes de la diversión, promiscuos y ruidosos».1
Es así como esta imagen persiste hasta la actualidad
anclada en el imaginario popular del país andino y que ocasionalmente toma
forma pública en alguna publicación, recordemos las opiniones de Fabio Londoño
Cárdenas acerca del porro publicadas en la revista Semana en 1947, que
negándole su naturaleza musical lo describía como manifestación de «salvajismo
y brutalidad de los costeños y caribes, pueblos salvajes y estancados».
Recientemente la revista Semana publicó una edición
especial sobre el caribe, en donde se hace un recuento de sus logras y se
resaltan sus valores con un sugestivo subtítulo: «La magia y la pujanza de una
región que se reinventa». A través de más de 300 páginas de hace un minucioso
recuento de los logros de la región, no obstante el editorial impone desde la
primera página su percepción prejuiciosa: «Lentamente, los Caribes se fueron
aislando a 40 grados a la sombra, por culpa de una clase dirigente que cayó en
la tentación del dinero fácil y el canto de sirena de la corrupción».
Es Colombia es ley universal, a la par de la ley de la
gravedad u otras leyes de la física, que el costeño y la costa en general,
somos corruptos, en comparación a otras regiones que no lo son o lo son menos.
Tal vez sea cierto, la corrupción se nutre del atraso y la pobreza, pero no
existen estudios formales que lo demuestren, por tanto esta afirmación está
basada solo en prejuicios y supuestos. Hace poco, por ejemplo, el vicecontralor
general de la nación, Alvaro Navas dijo a la presa que «esas cifras nunca han
sido concluyentes, no hay una metodología clara que permita establecer de forma
precisa las cifras de la corrupción en Colombia». El gobierno de Bogotá apenas
está considerando crear un organismo que estudie el fenómeno, como lo anunció
hace poco el secretario de anticorrupción y por la transparencia Carlos
Fernando Gaitán: «Colombia va a tener un observatorio de corrupción»). Entre
tanto, los costeños hace mucho que hemos sido graduados, y con honores, de
corruptos.
La corrupción, por cierto, no es una característica caribe, tal vez lo sea de las sociedades pobres y culturalmente rezagadas. El porcentaje de políticos y dirigentes corruptos se mantiene constante en todas las sociedades, pero solo el aval de la población permite que lleguen al poder. Dicho de otro modo, entre mayor sea el voto de opinión, menor será la posibilidad de que logren acceder a cargos de dirección.
La corrupción, por cierto, no es una característica caribe, tal vez lo sea de las sociedades pobres y culturalmente rezagadas. El porcentaje de políticos y dirigentes corruptos se mantiene constante en todas las sociedades, pero solo el aval de la población permite que lleguen al poder. Dicho de otro modo, entre mayor sea el voto de opinión, menor será la posibilidad de que logren acceder a cargos de dirección.
Este discurso andino cumple también una función entre los habitantes caribes, los cuales han sido permeados desde siempre, como profilaxis separatista al convencerlos de su otredad, su inferioridad. Incluso la intelectualidad, en ocasiones, también ha sido permeada. Es
así como grandes pensadores como José Ignacio de Pombo, cartagenero, estaba tan
convencido de la inferioridad caribe propuesta por Caldas, que se sentía
avergonzado de vivir en medio de la barbarie pudiendo hacerlo en la
civilización. Deseaba una reforma que permitiera el ingreso masivo de
inmigrantes nórdicos para borrar la amenazante presencia de negros y mulatos.
Núñez, el único presidente caribe de toda la historia
colombiana, también estaba permeado por la ideología andina, de tal suerte que
no solo afianzó la centralización del poder en Bogotá sino que también estaba
convencido de la inferioridad racial caribe y también era partidario de la
inmigración blanca. El sacerdote cartagenero Pedro María Revollo encontraba que el acento
que rige al español costeño tenía su origen en Andalucía, ignorando los aportes
africanas e indígenas.
Primeros pasos caribes
Solo hasta finales del
siglo XX, cuando comienza a expresarse un incipiente movimiento académico e
intelectual caribe, se inician estudios y reuniones académicas formales, lo
cual valida la tesis, otra vez, de que los problemas solo son solucionados
desde dentro de la comunidad.
Como punto de partida se
puede tomar al Primer Foro de la Costa realizado en Santa Marta a principios de
la década de 1980, en donde se hace un balance técnico del estancamiento
económico relativo de la región y en donde, providencialmente, se señala como causa
al modelo de desarrollo adoptado por Colombia desde la postguerra.
A modo de crítica debemos
reconocer que los participantes de dicho foro de alguna forma le estaban
pegando al clavo, dado que señalaban a las
reglas del juego como causante del atraso de nuestra región, lo cual es una
tesis validada por los investigadores modernos, asunto al que volveremos más
adelante. Hay que resaltar que este modelo –industrialización por sustitución
de importación-, no fue adoptado por la región Caribe, sino por Bogotá.
Veinte años después se
realiza en Cartagena el Primer Simposio
sobre la Economía de la Costa Caribe: hacía la convergencia, de donde surge
El rezago de la costa caribe colombiana, obra
que hemos venido citando. Este trabajo reúne a una gran cantidad de pensadores
caribes y, por tanto, a una gran diversidad de opiniones. Destaca a lo lejos ¿Por qué perdió la costa caribe el siglo XX?
de Meisel Roca, trabajo que propone la novedosa tesis, ahora asumida por
toda la comunidad académica, de que el rezago de la costa Caribe se gestó en
los inicios del siglo XX. Desde su perspectiva de historiador económico,
presenta una serie de factores que explican la ruina de la costa caribe durante
el siglo XX, adelantándose a aclarar que no constituyen la totalidad de los
determinantes.
Las causas propuesta por Meisel Roca son
el fracaso del sector exportador, la especialización en la exportación de
ganado hacia otras regiones del país, la redefinición en las redes de
transporte nacional, una elevada tasa de crecimiento de la población y el
círculo vicioso creado por el rezago económico.
Entre esta causas vale la
pena subrayar la llamada enfermedad Holandesa, la cual supone un gran auge
exportador de cierto sector primario de la economía en detrimento del resto de
los renglones, debido a la baja del precio de las divisas externas. Desde
mediados de la primera mitad del siglo veinte la prospera actividad exportadora
de café derivó en profundas consecuencias macroeconómicas, dejando sin piso
competitivo a nivel mundial al productor caribe, debido a la revaluación de la
moneda extranjera. La ponderación de la economía cafetera tenía explicación en
el poder central y, la prosperidad exportadora, a su vez, concedía mayor peso
económico al centro.
Otras causas mencionadas en
este trabajo son la composición racial de la región caribe, integrada en un
gran porcentaje por población tradicionalmente discriminada como la afro
descendiente y la indígena, lo cual no solo tiene implicaciones éticas,
políticas y sociales, sino también en la estructura de la propiedad. A las
causa principales se van agregando, de acuerdo a los efectos de un círculo
vicioso, otras de carácter secundario e incluso aleatorio, que van magnificando
la brecha inicial, en un proceso de causación acumulativa circular. Entre estas
causas secundarias Meisel ha documentado la redefinición de las redes de
transporte nacionales entre los años 1920 y 1939, el mayor crecimiento
demográfico de la costa caribe respecto a la región andina, al círculo vicioso
creado por el rezago económico y la consecuente pérdida de influencia política.
Otra causa, más o menos enunciada, es la uniforme
mediocridad de las clases políticas, tanto andinas como caribes, que han
ejercido una autoridad superior a su capacidad. Los clases dirigentes de la
región Caribe no ha podido superar los regionalismos ni al provincianismo para
conformar un ente político administrativo fuerte, lo cual permitió que la
dirigencia andina construyera la nación colombiana como andina y blanca, en
franco menoscabo de lo Caribe.
Si bien las causas
enunciadas por Meisel Roca proceden de un sesudo trabajo y son perfectamente
ciertas y comprobables, bien se les puede reprochar su visión economicista y reduccionista,
puesto que si cada una de ella puede representar a un árbol corpulento no
logran darle forma a un bosque. En este caso el bosque viene a ser la política,
el poder, las reglas del juego. Sin
duda, las reglas del juego son el factor, junto al respeto a las leyes,
determinantes en el éxito o fracaso de una región o una nación. La costa Caribe
ha fracasado, luego entonces no hemos jugado con las reglas adecuadas.
En este caso todas las
reglas del juego han sido impuestas desde fuera. Las decisiones en política de
transporte, en las estrategias de integración a los mercados internacionales o
en cualquier otro asunto las ha tomado Bogotá, y por tanto siempre estarán
encaminadas a favorecer a la economía andina, pues la interpretación andina de
la nación es la determinante, en donde la costa caribe es solo un territorio
con ríos y carreteras para llegar a los puertos marítimos. Este es el quid de
la cuestión, si nosotros no elaboramos nuestras propias políticas, con visión
de nación caribe, pensando en nuestros propios intereses, nadie lo va a hacer
por nosotros.
Por fortuna, existe una
especie de consenso entre estos investigadores en contra de la hipótesis de una
supuesta incapacidad innata de la región para lograr superar la pobreza. Es
posible, desde luego, que la región sea inepta de forma intrínseca para dar más
de sí, pero la conclusión es contraria y categórica: la costa caribe ha tenido
«…una evolución económica muy inferior a su potencial…».
Lo cultural
Hemos dejado para el
final discutir una causa fundamental pero que se menciona de forma tangencial
en la introducción de El rezago de la
costa…, la cultura Caribe. Nos adelantamos a decir que este punto es un
pilar central en la discusión general de este trabajo y en este proyecto
político. Entre las causas de nuestro atraso estos autores aceptan como verdad
la caricatura que la región Andina ha elaborado durante siglos acerca de
nuestra identidad caribe: que somos étnica y culturalmente inferiores, pues
admiten una supuesta inferioridad cultural nuestra, dado que somos portadores
de «…unos rasgos culturales que a veces dificultan la construcción del progreso
sostenido», resultando en un pueblo con muchas cualidades que desear como «el
trabajo arduo, la previsión, la responsabilidad y el orden». Y lo más grave es
que no ven posibilidades de modificación pues «cambiar esto no es fácil» [sic].
Admitir esta tesis es un
monumental error pues, en primer lugar, si no creemos en nuestra gente no hay
sustrato con que comenzar a trabajar, es descartar de antemano cualquier
posibilidad de cambio, es imponerse la derrota antes de comenzar. En segundo
lugar, es una concepción errónea que no tiene ningún asidero científico, que
solo refleja, en últimas, la mirada del conquistador europeo, que ha persistido
a través de los siglos y que ha sido adoptada por quienes han heredado el poder
y ha sido impuesta como ideología y, por tanto, reflejada en la concepción del
pueblo y de algunos de sus intelectuales.
Las tesis de que los
factores cultuales y geográficos jueguen un papel determinante en el éxito o
fracaso de una nación o región han sido despreciadas por los investigadores
modernos. Acemoglu y Robinson4, destacados
economistas norteamericanos, han descartado que estos factores jueguen a favor
o en contra del éxito de una nación.
«Que las montañas, que la lejanía de la costa o que el clima determinan la
prosperidad, o que los factores culturales hacen que haya pueblos más avanzados
que otros». Nada más equivocado, pues según estos autores son las instituciones
y las reglas del juego las que determinan que hayan naciones más prosperas que
otras, que regiones más prosperas que otras. Es este sentido, las reglas de
juego de la Nación Caribe son reglas impuestas desde una sociedad contario a la
nuestra, que no nos interpreta y que nunca coincidirá con nuestros intereses
como nación.
Para saber si los rasgos
culturales son determinantes en el desarrollo de una región tendríamos que
recurrir al método científico y someter a una determinada sociedad a un estudio
a gran escala, en donde pondríamos a la mitad de una misma población bajo
ciertas condiciones y a la otra mitad bajo otras y, al cabo de cierto tiempo
haríamos las mediciones, pero este tipo de estudios tienes profundas
implicaciones éticas y no son factibles en la realidad.
Pero en verdad no tenemos
que hacerlos, solo tenemos que echar mano a un par de ejemplos mundiales para
sacar las mismas conclusiones que nos daría este hipotético estudio. Tenemos el
caso de Alemania, que nadie ignora su fama de cultura de «trabajo arduo», que
fue dividida en dos durante unos 40 años, con resultados bastante disímiles. Si
el aspecto cultural hubiese sido el determinante los resultados no tendrían que
haber sido tan diferentes. Pero es un ejemplo que no deja de tener sus sesgos
por lo que representa Alemania y Europa, por lo que nos trasladaremos a otra
latitud, al tercer mundo y a una cultura totalmente diferente, la oriental.
Korea fue dividida en dos
partes perfectamente iguales a través del paralelo 38, como si estuviesen
pensando en nuestra necesidad de conocer nuestras dudas respecto al aspecto
cultural, hace poco más de cincuenta años. Los resultados no pueden ser más
reveladores, una Corea está en el primer mundo con ingresos per cápita elevados
y la otra está en la Edad Media.
¿Entonces, porque falló
la cultura en un lado y no en el otro? Con estos ejemplos bastarían para
rebatir esta tesis pseudocientífica pero vamos a traer un tercero por ser de
nuestra propia historia: Panamá y la Región Caribe. Panamá era otro
departamento empobrecido de la costa caribe colombiana y en menos de un siglo ha logrado un inusitado desarrollo y alto nivel de vida,
comparado con cualquier otro departamento del caribe colombiano. Pese a la
apropiación estadounidense del canal, a regímenes castrenses y a problemas de
narcotráfico, Panamá pasó de ser un pobre departamento de Colombia en el siglo
XIX al país de mayor crecimiento económico de América Latina y el Caribe en
2011, con una tasa anual de 10.6%.
Tesis propuesta: aunque existen diversas causas que expliquen el
atraso de la costa caribe, la fundamental son las inadecuadas reglas del juego.
Que esta región tiene una identidad multidimensional propia -cultural,
política, económica, etc.-, que requiere una interpretación independiente y
soberana para buscar las adecuadas reglas del juego. Que mientras las reglas
del juego sean impuestas de forma exógena desde una cultura diferente, que no
interpreta a la nación caribe, sino que por el contrario la utiliza en su
beneficio, no habrá posibilidad alguna de desarrollo.