Razones para una nación caribe
Si bien la idea se venía
guisando desde mucho antes, fue realmente la revolución francesa quien inventó la nación. Y aunque muchos
historiadores pretenden conducir sus orígenes hasta las últimas consecuencias,
el concepto de nación moderna es casi contemporáneo. Esta afirmación pareciera,
ante los ojos de Goethe y ante otros no tan lejanos, oscura e inexperta, por «no
saber dar razones de tres mil años», sin embargo, aun los historiadores más
eruditos, consideran la historia como fragmentos claros alternados con periodos
oscuros, y siempre la visión de los hechos pasados, a pesar de los escrúpulos y
la asepsia en el manejo, será una visión actual del pasado.
Antes de la Revolución
Francesa, los teólogos escolásticos explicaban todo poder a partir de Dios, de
tal suerte que los reyes y príncipes solo rendían cuentas de sus actos al
supremo creador. La Convención, que votó en forma unánime e inapelable contra
la existencia de Dios, encontró como fuente de poder a la nación. Pero, en
últimas, ¿qué es nación?
La pregunta nos enfrenta a
un monstruo de mil cabezas. Lo primero sería señalar los nexos más evidentes a
primera vista como territorio, raza, idioma, religión, historia, cultura,
economía, para ir internándonos en el tema, pero en esto, sin embargo, hay de
piña y de melón. No se podría definir nación a partir de su territorio, puesto
que muchas naciones han sobrevivido a cambios en su geografía y aún más, han
existido sin territorio, como el caso de la nación judía.
Tampoco es la raza quien
define a una nación, ahí no más tenemos a los Estados Unidos de América,
quienes a pesar de sus múltiples manifestaciones racistas y xenofóbas, es un
crisol en donde se funden de forma compleja la mayoría de las razas del mundo.
Desde un punto de vista
valorativo, en relación al concepto de nación se entremezclan infinidad de
percepciones, que van desde los regionalismos, en algunos casos vergonzantes,
hasta arquetipos de corte planetario, orientado hacia ideas universales y
holísticas. Estas últimas posturas, sin embargo, solo están conformadas por un
pequeño grupo de soñadores, pues las poderosas fuerzas de la xenofobia y de los
nacionalismos se dilatan con tal magnitud, que la anatomía del planeta se
distorsiona en crecientes asimetrías.
El avance humano y la
perfección de los ideales, no ha sido, por supuesto, homogéneo. Y es inherente
a la sociedad esta heterogeneidad, con razones particulares para cada caso, y
podemos observar desmesuradas diferencias entre los gigantescos centros
tecnificados, dependientes de los ordenadores artificiales y algunas tribus
nómadas, desconocedoras de la rueda, los números y las letras.
El desarrollo regional y el
universal, aunque parezcan dos posturas opuestas, en realidad forman parte de
un mismo plan. La cuestión es solo de momentos históricos, de saber diferenciar
qué nos corresponde hacer en cada momento. Son, por supuesto, reprochables y
condenables, las manifestaciones de patriotería de las sociedades más avanzadas
y opulentas, que deberían esgrimir ideales planetarios y pensar en la familia
cósmica, pero son apenas comprensibles las reivindicaciones de causas a favor
del desarrollo y progreso de determinado territorio por demás rezagado.
El propósito de toda
comunidad es convertirse algún día en una sociedad desarrollada, en lograr los
mejores estándares de calidad de vida para sus miembros. El fin de la guerra
fría y el advenimiento de un una sociedad de naciones despolarizada es una
oportunidad para que los países subdesarrollados puedan encontrar su propio
camino. Esta es la oportunidad de nuestros pueblos. Es la hora de América
Latina.
Es innegable que estamos
viviendo un latinoamericanismo candente, que se ve reflejado en todos los
aspectos, desde el auge económico, pasando por el repunte cultural, hasta mayor
peso en la política mundial. Es así como asuntos políticos, como el de Cuba o
el reciente golpe de estado en Honduras, son actualmente asumidos por América
Latina con mayor madurez política que por los Estados Unidos o por Europa. En
temas como inmigración, narcotráfico y el crimen organizado también está
mostrado mayor madurez. En la crisis haitiana hemos visto presencia militar
latinoamericana, que no solo estadounidense. Los lazos políticos y comerciales
han encontrado nuevos aliados en diferentes regiones del planeta, a la par de
las tradicionales rutas norteamericanas y europeas.
Al interior del continente
es notoria la diversidad de tendencias políticas, que van desde las apuestas
neoliberales hasta fórmulas de corte estatista, lo cual no es sino demostración
de mayor grado de autonomía y madurez de los pueblos de esta región del
planeta. Pese a la diversidad, y a través de toda la historia, este conjunto de
naciones latinoamericanas ha mantenido, aunque sea de forma ideal, la ilusión
unificadora en función de una soñada gran patria. Los pueblos han manifestado
este deseo a través de Bolívar, Martí, Rodó, Vasconcelos, Mariátegui… En este
sentido hay que destacar que este continente, forjado en el vasallaje y la
humillación de la colonización y la neo colonización, no ha reproducido esta
forma de relacionarse, sino que por el contrario, las relaciones son cordiales,
fraternales y de hermandad.
Colombia, a pasos lentos y a
trompicones, va por esta senda, pero de forma desigual, con mayor énfasis en la
región andina y grandes rezagos en las regiones periféricas como la Orinoquia,
la Caribe y la Pacífica. Para que llegue el desarrollo a estas regiones primero
debe pasar por Bogotá, que se proyecta como centro hegemónico de la vida
nacional dejando a las regiones sin orden ni progreso.
El Caribe colombiano pudo haberse convertido en una
región fuerte y unida, con una economía autónoma próspera, con composición
racial y cultural propia, pero, desde la independencia española, ha sido solo
un territorio difuso, desarticulado del resto del mundo, sumido en un
inaceptable atraso humano, que no se compadece con los el desarrollo de otras
regiones de la América Latina.
Es una verdad reconocida incluso por estudiosos de
otras latitudes como la investigadora suiza AlineHelg, quien concluye en su
estudio sobre la libertad e igualdad en el Caribe colombiano 1770-1835 que
«después de 1819, el Caribe colombiano, escasamente conectado con el resto del
país, podría haberse convertido en una región fuerte y unida –quizá incluso en
una nación separada-, con una economía, una composición racial y una cultura
propias. Sin embargo, no fe así».
No es tarde, sino que por el
contrario ha llegado el momento preciso para que la región del planeta conocida
como caribe colombiano, que tiene
recursos tanto naturales como humanos para alcanzar altos grados de desarrollo,
padece un secular atraso debido su conexión con Bogotá y al esquema centralista
imperante, la independencia política y por supuesto económica, significaría un
gigantesco paso cualitativo hacia el desarrollo.
Las naciones no por grandes
son mejores. Por el contrario, a medida que la provincia se aleja de la
metrópoli, se va creando una brecha en todos los aspectos humanos, que
finalmente desfavorece a ambas partes y termina desintegrándose mediante
cruentos episodios. Los pequeños pueblos, que por razones geográficas y de otra
índole, han logrado mantenerse al margen de los imperios, y que han
sobrellevado una modesta historia, han sido más estables, menos violentos y han
alcanzado mejores niveles de vida, aunque no hayan tenido un papel
preponderante en la historia universal. Más aun, las regiones marginales de los
grandes imperios, al cortar el cordón umbilical, han evolucionado de manera más
acelerada que el resto del territorio. Un ejemplo doméstico es el inusitado
desarrollo y alto nivel de vida que ha logrado Panamá en menos de un siglo,
comparado con cualquier otro departamento del caribe colombiano.
Pero el quid del asunto es,
¿que justifica la unidad nacional colombiana? En realidad no creo que haya suficientes
elementos de peso para sustentar una defensa en favor de dicha unidad, a menos
que sea por el bienestar común de todos los pueblos. Sin embargo, este punto es
plenamente cuestionable, dado que durante los años que llevamos como república
la política estatal solo ha sido fuente de corrupción, violencia y atraso y, en
una perspectiva general, esta carga está muy mal amarrada para hacer este viaje
hacia los siglos venideros. En realidad creo que este no es un asunto
totalmente absurdo y fuera de discusión, sino por el contrario, que habría de
tomarse seriamente en cuenta, puesto que podría significar un mejor futuro.
Por supuesto, estamos en
completo desacuerdo con tomar estas ideas como pretexto para dar nuevos
impulsos a la crónica violencia que padecemos desde siempre, puesto que esta
propuesta es para solucionar, no para agravar las cosas. Es necesario adelantar
en este punto que la única vía propuesta y aceptada para este proyecto es la
civilizada, la legal, la parlamentaria, la vía de las leyes y bajo ningún
pretexto, por ninguna forma de violencia. ¡Este
es un movimiento separatista absolutamente pacífico! En la situación actual
de Colombia, el tema del separatismo solo podría atizar más el fogón de la
violencia y generar más caos y desconcierto. Pero, por otro lado, bien pudiera
ser una solución elegante y salomónica de una situación que parecía no tener
ninguna salida.
La idea es la separación de
la Republica de Colombia de la región norte comprendida por los actuales
departamentos del Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Magdalena,
Sucre y la isla de San Andrés y Providencia, para conformar una nueva nación
llamada República Caribe. Se propone
la creación de un estado moderno, eminentemente democrático, en donde haya
estado hasta donde sea necesario y libre mercado. El estado no debe dejar
aspectos estratégicos al libre mercado como la educación, salud y transporte.
Por supuesto que la
inversión privada puede y debe participar en la educación con colegios y
universidades, en la salud con hospitales privados y en el transporte con
líneas privadas, pero el estado debe garantizar un mínimo digno para la
población menos favorecida. El juego democrático debe tener reglas claras y
castigos para la corrupción, el populismo y la demagogia. Control racional de
la publicidad política. El estado y la sociedad deben propender por una
autonomía energética, evitando la dependencia de los costosos, contaminantes y
los desestabilizadores cambios bruscos del mercado de hidrocarburos y buscar
fuentes alternativas en la energía verde.
El principal fundamento de
este propósito es permitir que esta región del planeta pueda alcanzar de la forma
más rápida su entrada al desarrollo. Es una frase muy simple, pero una tarea
titánica. Los gobiernos tienen planes a mediano y largo plazo, como reformas
laborales o agrarias, alcanzar metas económicas o la paz, pero el propósito
último del estado es alcanzar un equilibrio permanente entre los diferentes
estamentos de la sociedad, lo cual no es otra cosa que convertirse en país
desarrollado. Tal vez sea una dulce utopía o una soberana estupidez imaginar a
la costa caribe como país desarrollado.
Para algunas personas tal
vez resulte inapropiado hablar de este tema en momentos de dificultades de toda
índole que aqueja al país, y quizá, solo sirva para agregar una más. Sin
embargo, los viejos problemas no resueltos, aunque se ignoren, allí continúan y
tarde o temprano deberán ser afrontados. Además, la situación actual de
Colombia, en parte es debida a la cronicidad de estas situaciones y su
resolución tal vez contribuyan con la mejoría de todos, porque finalmente el
propósito de un estado es el bienestar de los ciudadanos y no de ideales
abstractos como unidad nacional y otros, que carecen de sustento real sin el
bienestar de la población.
La razones de la nueva
patria
Es una región de tan grandes
potenciales tanto humanos como naturales, que es un gran contrasentido verla
sumida en tanta miseria tanto física como espiritual. Su plena autonomía
permitiría su despegue en todas las áreas, permitiendo una mejor calidad de
vida en todos sectores y grupos, así como del individuo mismo.
La nueva cultura política
La proyección económica: la
paz y el turismo.
Se hace un llamado a toda la
diversidad de fuerzas políticas, incluyendo las insurgentes a conformar una
clase gobernante fundamentada en la diversidad y no en la exclusión. Conformar
un gobierno democrático en la medida que crece la cultura política y a medida
que vayan superando las viejas formas de hacer política tan arraigas en nuestra
región. No será una revolución radical contra las viejas castas de políticos,
pero se les alentará a dar la lucha política y a cambiar si desea sobrevivir
políticamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario